La edad de la inocencia socialista
No es difícil imaginar a los principales líderes del PSOE defendiendo una cosa y la contraria
Mientras las mentes más brillantes de Occidente se preguntan por las razones de la caída del peso electoral de la socialdemocracia, se sumergen en datos, presentan hipótesis y aventuran posibles soluciones, en España, un líder regional con sobreexposición mediática demanda, con gesto contrito, su “libertad de expresión”, petición que es secundada de inmediato por varios dirigentes importantes de su partido. Difícil encontrar una anécdota que ilustre mejor la categoría en la que está instalado el PSOE: su alejamiento de la realidad dramática extramuros por el peso del debate banal intramuros. Troya colapsa por un pleito entre tenderos.
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No hay ni habrá debate sobre las tecnologías disruptivas, el envejecimiento de la población, la inteligencia artificial o el futuro de Europa mientras una declaración por “mi libertad de expresión” no sea recibida por el conjunto del partido con una sonora carcajada, o con indisimulable vergüenza ajena. Hablamos del presidente de una Comunidad Autónoma del PSOE, no de un líder indigenista contra la ocupación de tierras por multinacionales en Chiapas o de un líder opositor al Partido Comunista Chino en el Tíbet. La petición fue, más que una vindicación de derechos, una preocupante confesión de ignorancia.
No habrá debates de ideas globales en este ambiente, pero tampoco nacionales. En un microcosmos donde una declaración semejante prende, se hace difícil imaginar un conocimiento y una profundización en temas sustantivos de la realidad social y económica española. La realidad se ha desdoblado en un mundo ajeno, depurado por los asesores y los técnicos, y un día a día dominado por la supervivencia personal, donde lo minúsculo se hipertrofia y maniata, con la cooperación necesaria de unos medios desnortados que privilegian el cotilleo y el morbo insustancial disfrazado de secciones políticas.
Las urgencias del día a día imponen su agenda sobre los grandes temas de nuestro presente y nuestro futuro inmediato, hasta el punto de ser lo segundo una mera excusa para lo primero. ¿Se debatía realmente en el PSOE sobre los pros y los contras de la abstención o no abstención a un Gobierno del PP que ganó con holgura? ¿O era un hecho secundario respecto de su lucha de poder interna? De haber sido lo primero, no se habría llegado a las escenificaciones a las que se llegó. Al haber sido lo segundo, cualquier decisión que se tomara desde la dirigencia sería utilizada por el sector crítico para debilitar la posición contraria. No es difícil imaginar a los principales líderes del PSOE defendiendo una cosa y la contraria. Y no es difícil porque casi todos lo han hecho públicamente, en función de que resultara beneficioso o no para su posición política. Se le podría llamar pragmatismo si las escenificaciones no hubieran sido tan hiperbólicas.
Urge que el PSOE vuelva a la realidad y que, con los pies en ella, elija a sus dirigentes
Antonio Hernando, confirmado como portavoz del PSOE en el Congreso, es un caso paradigmático: sería elogiable su cambio de posición si no hubiera dado tropecientas declaraciones impregnando de afectado convencimiento el conocido “No es no”. Cambiar de forma de pensar cuando lo hacen las circunstancias es una muestra de madurez; pero cambiar de posición y de “convicciones más profundas” cuando lo hace la relación de fuerzas internas de tu partido, es ridículo y, sobre todo, no es creíble. Moralmente es discutible, pero tácticamente no va a ningún sitio. De modo que esta confirmación (que privilegia las “costuras” internas frente a la flagrante contradicción externa) no deja de ser otra muestra de la inopia del PSOE respecto al funcionamiento y las dinámicas del mundo de hoy.
Resulta contradictorio que, cuanta más deliberación espontánea hay en la sociedad a través de las redes, más democracia directa se exige en las organizaciones y las instituciones. El rassemblement gaullista tenía mucho menos sentido en el analógico y cerrado 1958 que ahora, pero la deliberación interminable goza de buena imagen pese a sus magros resultados y sus ridiculeces (“por mi libertad de expresión”). Es algo que han entendido bien los principales partidos excepto el PSOE, por más que los discursos de casi todos escondan su cesarismo. Luchas de poder las habrá siempre, pero es ahora cuando más hay que disimularlas (por la mencionada sobreexposición mediática, la falsa sensación de intimidad y la mayor competencia política) y, sobre todo, cuando más hay que preterirlas para dar prioridad a las cuestiones esenciales no solo de la propia socialdemocracia, sino de un mundo inasible, incierto por la irrupción de las nuevas tecnologías, el terrorismo internacional, la crisis económica, la desigualdad y la brecha generacional.
No es ilógico que las ideas más reaccionarias e introspectivas a derecha e izquierda ganen en un mundo plagado de incertidumbres cuando las alternativa progresista, liberal y universalista no solo no se centra en disiparlas sino que las incrementa con debates intrascendentes. Urge que el PSOE vuelva a la realidad y que, con los pies en ella, elija a sus dirigentes.
Antonio García Maldonado es periodista, analista y editor. @MaldonadoAg
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