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Columna
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El más allá

Quieren que depositemos nuestras cenizas en lugar sagrado, como si no fueran sagrados los mares, los ríos y las montañas

Manuel Vicent
Urna con cenizas hecha de sal.
Urna con cenizas hecha de sal.

Me gustaban mucho aquellos entierros tan estéticos de las películas de John Ford en las películas del Oeste, con el pastor protestante leyendo salmos de Isaías ante unos vaqueros cabizbajos con el sombrero en la mano: conduce, Señor, el alma de nuestro hermano a los verdes valles del Edén, mientras los golpes de azadón herían la tierra madre para albergar al finado hasta el juicio final. También me gustaban los entierros llenos de alaridos griegos tan mediterráneos con labradores en el duelo, que cerraban tratos de cosechas durante el camino al camposanto donde el cura católico dejaba al difunto amparado bajo un mármol barroco hasta la resurrección de la carne. La costumbre de incinerar los cadáveres le ha quitado a los gusanos su compromiso religioso con las postrimerías y ha impuesto un perfil laico a la muerte, que la Iglesia nunca ha aceptado de buen grado porque le deja sin la última baza, el control de salida de este mundo, previo pago de peaje. En la asepsia de los tanatorios, antes de la cremación, unos versos de Keats y un cuarteto de Schubert han sustituido a los fieros responsos con los hisopazos sobre el féretro. Ahora el Vaticano trata de controlar nuestras cenizas con la obligación de depositarlas en un lugar sagrado como si no fueran sagrados los mares, los ríos y las montañas. Con las cenizas se pueden hacer diamantes e incluso un piercing para lucir al muerto engarzado en el ombligo o junto a los labios; también hay cenizas muy alegres que los deudos conservan en casa y las sacan a pasear los domingos o se las llevan de vacaciones a Benidorm, pero uno se pregunta adónde van a parar los anillos y las muelas de oro, las prótesis de titanio, la batería de litio del marcapasos, atributos que resisten al fuego y son inmortales. Despojadores de cadáveres los ha habido siempre desde el tiempo de las pirámides.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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