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Mi hijo tiene altas capacidades. ¿Y ahora qué hago?

Un superdotado que no es gestionado desde lo emocional está abocado a fracasar en lo cognitivo

Aula para los más pequeños (a partir de 3 años) de la escuela en Málaga.
Aula para los más pequeños (a partir de 3 años) de la escuela en Málaga.García-Santos

Últimamente se habla cada vez más de niños con altas capacidades. Parece que la sociedad, los centros educativos y las familias empiezan a tener más conciencia de la existencia de estos niños y, aunque estamos lejos, muy lejos de reconocer y aceptar a ese mínimo porcentaje de la población infantil cuya inteligencia se sale de la normalidad, se van abriendo lentamente caminos que abogan por la detección temprana y exigen una respuesta a la demanda educativa que necesitan, tanto como el aire que respiran.

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Cuando una familia recibe la noticia de que su hijo tiene altas capacidades se hace la siguiente pregunta "¿y ahora qué?".

Si tenemos suerte, mucha suerte, el centro educativo atenderá parcialmente las necesidades académicas, lo cual es necesario, pero no suficiente. Queda por cubrir la parte más esencial de la vida de un niño con alta capacidad que es la psicoafectiva. Un superdotado que no es gestionado adecuadamente desde lo emocional está abocado a fracasar en lo cognitivo. El riesgo es sensiblemente más alto que en la población normal, porque son más vulnerables emocionalmente.

Un hijo con alta capacidad puede ser muy desestabilizador en el sistema familiar porque tiene necesidades afectivas y emocionales que la mayoría de los padres no entienden. Existe la creencia de que un superdotado es alguien que va sobrado de inteligencia y que no tiene que tener ningún tipo de problema ni académico ni psicológico. Esta es una creencia falsa que hace mucho daño en las familias que lo sufren y en la sociedad en general, porque nada más lejos de la realidad. Los superdotados piensan y sienten de forma distinta a los demás, su cerebro funciona de otra manera y no hay respuesta para esas familias que tienen que lidiar día a día con una situación confusa y muchas veces frustrante y dolorosa.

Vemos a los padres en consulta hacerse eco del vacío en el que se encuentran tras recibir el diagnostico, se preguntan y nos preguntan: ¿por qué lo cuestiona todo? ¿Por qué reacciona de forma tan intensa? ¿Por qué le cuesta tanto hacer las cosas cotidianas? ¿Por qué a veces parece sordo o desobediente? ¿Por qué parece molestarle la ropa o los zapatos? ¿Por qué nunca parece cansado? ¿Por qué suele estar solo en el recreo?... Es el reflejo de la confusión, el desconcierto y la impotencia de los padres que tienen que educar emocionalmente a un niño diferente y cuyo comportamiento puede llegar a resultar tan incomprensible como difícil de gestionar.

Es por ello que la adecuada gestión emocional de un niño con alta capacidad es la piedra angular del bienestar del propio niño y de su entorno, de su éxito académico y vital, de su adaptación sin sometimiento a un mundo hecho a la medida del percentil 50, en definitiva, de su felicidad. Y no podemos esperar que sea el colegio quien se ocupe de eso porque ni es su responsabilidad ni tienen la capacidad para hacerlo.

Lo primero que solemos sugerir a los padres cuando reciben un diagnóstico de alta capacidad es que se informen y que rompan con los estereotipos y prejuicios que hay en torno a ello,que son muchos y variados. Informarse es imprescindible para poder acercarnos a la realidad del hijo y desde ese lugar de entendimiento, poder apoyarle.

Lo segundo que recomendamos es que revisen tanto sus expectativas como sus miedos, que traten de ver a su hijo tal y como es y que la vivencia de un niño superdotado debe ser de regalo y de desafío, no de dificultad o maldición. Esto se llama aceptación. Aceptar a mi hijo tal y como es, no como a mí me gustaría que fuera, es esencial para poder empatizar con él y darle aquello que emocionalmente necesita.

Como padre o madre, mi actitud y mi forma de afrontar las dificultades del día a día cambia radicalmente cuando entiendo y acepto porqué se comporta de determinada manera. Si cuando le hablo no me hace caso y yo sé que está absorto en una actividad determinada y que no me escucha porque no puede, no me enfado ni pienso que es un desobediente. Trataré de habilitar estrategias para llegar a él y ser escuchado.

Saber cómo nuestro hijo piensa y siente al mundo trae de la mano la capacidad de empatizar con sus emociones y esto es, en sí mismo, una de las mayores fuentes de apoyo y autoestima que podemos ofrecerle. Pero también está la paciencia, la autoridad y sobre todo, la negociación. La paciencia para no exigir ni esperar las reacciones, tiempos y respuestas que nos daría un niño normal. Paciencia para respetar que le moleste el pantalón y sólo quiera el chándal aunque vayamos a un cumpleaños, paciencia para esperar a que termine una actividad en la está inmerso aunque se enfríe la comida, paciencia para manejar el caos de su mochila y sus tareas escolares, paciencia para que una instrucción nuestra sea atendida y entendida. Y paciencia no significa dejar de pedirle que haga lo que es necesario hacer. Hablo de entender que su diferencia le dificulta sobremanera hacer todas estas cosas tan habituales para los niños normotípicos, pero no para un niño superdotado donde su hemisferio cerebral derecho dirige de forma dominante su comportamiento. Es muy fácil asumir y entender esto cuando hablamos de niños con déficits, rápidamente empatizamos y somos pacientes, pero parece que cuesta mucho verlo con los presuntamente “sobrados” de capacidad.

Un niño superdotado cuestiona la autoridad por definición. Sólo la reconocerá si ésta es explicada y tiene sentido para él. Del binomio auctoritas vs potestas, sólo aceptarán la primera, es decir, el liderazgo construido desde la honestidad (conmigo mismo, con él y con los demás), la coherencia (cumplo lo que digo), y la integridad (lo que hago, digo y siento están alineados). Nada más ofensivo para un niño superdotado que recibir un “porque yo lo digo, esto será vivido como una agresión incomprensible de la que muy probablemente se defenderá mediante una actitud desafiante. Lo eficaz es la negociación y la explicación real del porqué pido lo que pido, porque su inteligencia se convierte entonces en aliada y dado que son capaces de comprender conceptos y razones que los niños normales de su edad no entenderían, es más que probable que acepten de buen grado lo que se les está pidiendo. Ayudarles a que verbalicen lo que sienten sin hacer juicios sobre lo adecuado de su intensidad; apoyarles a vivir su diferencia como algo positivo con ventajas y también con dificultades; no caer en la sobreprotección empujados por su hipersensibilidad y su enorme frustración, pero tampoco dejarlos naufragar sin herramientas en un mundo donde les cuesta encajar.

Y alejarnos del paradigma premio-castigo para abogar por un modelo de crianza y educación basado en las emociones, el respeto, la comunicación, la confianza y el amor incondicional, son las bases para dar a estos niños un referente de contención que les permita construir una autoestima sólida y desplegar así su inmenso potencial en beneficio propio y posiblemente de toda la sociedad.

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