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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Apuntes de un paseo por Isola Porta Nuova: Milán modelo Barcelona.

(*) Por Stefano Portelli

La Torre de Unicredit, el Bosco Verticale, Isola, la Torre Allianz y San Siro, en Milán. Imagen de Flickr.

Sigo encontrando trozos de Barcelona en otras ciudades. Durante décadas, enviados del Ayuntamiento y de los partidos que lo gobiernan recorrieron el mundo llevando el exitoso “modelo” a otras ciudades, grandes y pequeñas. Los imagino con sus maletines en Río, Nápoles, Valparaíso: las élites locales (siempre de izquierdas) miraban a Barcelona como un modelo de gestión que les permitía a la vez ahondar sus raíces en el electorado crítico y fortalecer su relación con el empresariado, garantizándose un éxito electoral casi seguro. Es la obra maestra de Joan Clos: mantener juntos los opuestos, como cuando proponía que en el Forum de las Culturas de 2004 confluyeran Davos y Porto Alegre. Palabras ambiguas como ‘participación’ (¿ciudadana? ¿público-privada?) funcionan como los mitos o los cuentos que mantienen unidos los pueblos: cada uno proyecta en ellas lo que quiere ver.

En Nápoles, por ejemplo, el Forum de las Culturas, ideado por Pasqual Maragall y ejecutado por Joan Clos, fue recuperado en 2013 por el alcalde De Magistris, que muchos movimientos de oposición consideran “su” alcalde. Sólo se opusieron los que temían que el Forum 2013 fuera una coartada para la especulación inmobiliaria en la ex área industrial de Bagnoli, como el de Barcelona 2004 lo fue para Poblenou. Igualmente, quien sabe cómo las Olimpiadas de 1992 facilitaron alianzas entre viejas y nuevas élites en Catalunya, encuentra preocupante que hoy De Magistris impulse la candidatura de Nápoles a los Juegos de 2024, justamente cuando Roma retira la suya para 2020. Más hacia el sur, hay otros trozos de Barcelona en Salerno, pequeña capital de provincia donde el alcalde Vincenzo de Luca implementó el “modelo” para la recalificación del litoral y del puerto, con un edificio igual al Hotel Vela y la implicación del arquitecto catalán Ricardo Bofill. Explica el geógrafo Daniele Bagnoli que estas operaciones urbanísticas ayudaron De Luca a convertirse en gobernador de la región de Campania, luego a conquistar un papel importante en la escena política nacional.

Más evidentes aún son los trozos de Barcelona que se encuentran en Milán. No sé a través de cuales canales las ideas del “modelo” llegaron hasta aquí; pero pasear por el “recalificado” barrio de Isola nos devuelve una fuerte sensación de déja vu: parece que estamos en Poblenou. Isola era el primer barrio periférico de Milán, habitado esencialmente por obreros. Sus límites definidos y su relativo aislamiento (isola quiere decir “isla”) habían producido una idendidad reconocible, una distinción clara entre quien estaba dentro y quien fuera, a pesar de las diferencias internas. Como en muchos barrios de características parecidas, esta identidad colectiva se expresaba no sólo en el mútuo apoyo y solidaridad entre habitantes, sino también en el alto grado de mobilización social y política: Isola fue un lugar clave del movimiento obrero, que en Milán y en Turín prosperó gracias a la aportación de los obreros migrantes del Sur asentados en este tipo de barrios (véase esta ricerca-intervento sobre Isola de 1970).

A la lucha sigue la represalia. La destrucción de Isola ya se había planificado en los cincuenta, pero su ejecución llegó con el nuevo milenio, gracias a la inyección masiva de capitales públicos y privados, algunos de los cuales de Qatar. Hoy en medio del antiguo barrio obrero encontramos una especie de Diagonal Mar transplantada: en vez de los hoteles hay el inquietante bosque vertical, rascacielos “innovador” del arquitecto Stefano Boeri donde viven futbolistas y otros millonarios; poco más allá está la imponente torre Unicredit, el edificio más alto de Italia (un banco que culmina con un pináculo que retoma la Madonnina, la virgencita arriba de la Catedral); alrededor, otros “edificios singulares” como el de Google Italia, propiedad de la multinacional tejana Hines, la misma que operó masivamente en Poblenou a principio de los 2000. Como explica Nicolò Doveri, en la nueva plaza dura (piazza Gae Aulenti) hay vigilantes privados que controlan y corrigen los comportamientos de la gente: una señal de la privatización encubierta de una área que formalmente figura como plaza pública, pero que más bien habría que considerar un centro comercial. El vínculo de la recalificación del barrio con la controvertida Expo 2015 también recuerda muy de cerca el papel del Forum en la “recalificación” del litoral barcelonés.

A la vez, estos proyectos destruyen la cultura y las iniciativas realmente inovadoras. La transformación de Isola llevó a la demolición de la Stecca degli artigiani, el edificio de la antigua fábrica TIBB que había dado trabajo a medio barrio. A partir de los 2000 en la fábrica se instalaron artistas y creadores, reunidos en el proyecto Isola Art Project, formalmente aceptado por las administraciones. Esta coexistencia de los artistas con el pasado industrial también recuerda al Poblenou – las viejas fábricas de La Escocesa y, sobre todo, el complejo fabril de Can Ricart. Sin embargo, cuando los intereses inmobiliarios crecen, el apoyo institucional rápidamente declina, y en 2007 la Stecca fue desalojada - el mismo año en que cesaron las últimas actividades en Can Ricart.

Cuando se intentó convertir Poblenou en distrito tecnológico, el pobre barrio recibió el nombre de “22@”: inocularle una arroba parecía dar a la antigua zona industrial un aire de modernidad (¡qué pena!). Isola también ha sido rebautizada como “Porta Nuova”. Más que elogiar la modernidad, estos nombres parecen arrodillarse ante ella, pero sólo para aprovecharse de su pasada gloria. La concepción de estos proyectos está ligada a una idea de progreso que tenía sentido quizás a finales del Ochocientos, pero que hoy está destinada al fracaso: con razón fracasaron todos los eventos que fingían celebrarla, desde el Fòrum 2004 al Fòrum 2013 y a la Expo 2015. Imaginar aún el progreso como una máquina que destruye el pasado y construye sobre sus ruinas es un anacronismo - no sabemos ni siquiera dónde tirar los escombros de todo lo que se destruye, y cada vez es más claro lo rápido que se desgasta lo nuevo. Hoy lo más moderno es lo que consigue inventar nuevos usos para viejas estructuras, insuflar vida en espacios muertos, encontrar soluciones sorprendentes para objetos obsoletos, como se hacía en la Stecca y en Can Ricart.

Lo que no hay que reciclar son las viejas ideas. Por ejemplo, las del “modelo Barcelona”, que en cambio parecen resurgir como setas después de la lluvia, revivir con cada ciclo político, incluso muy lejos del sitio donde nacieron sus esporas.

(*) Stefano Portelli es antropólogo cultural, estudia el impacto social de las transformaciones urbanas en los barrios periféricos o marginales. Su principal terreno de investigación es el barrio de Bon Pastor de Barcelona, sobre el cual publicó la monografía La ciudad horizontal (Bellaterra, 2015). Otras investigaciones, breves y largas, lo llevaron a países como Marruecos, Nepal y Nicaragua, pero su foco principal es el sur de Europa. Trabaja con Manuel Delgado, Michael Herzfeld y Giovanni Attili, es co-fundador del grupo de trabajo Perifèries Urbanes del Instituto Catalán de Antropologia, y miembro del OACU.

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