Trump rompe el tablero
El candidato republicano no puede poner en duda la limpieza de la elección presidencial

El último debate entre Hillary Clinton y Donald Trump antes de las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre ha venido a confirmar la estrategia populista del magnate, que se ha permitido incluso arrojar sombras sobre la limpieza de la elección y, ridículamente, se ha reservado un pretendido derecho a aceptar o no los resultados que emanen de las urnas.
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No es ninguna exageración afirmar que la democracia estadounidense ha sido sometida a una verdadera prueba de estrés desde que Trump iniciará su carrera hacia la Casa Blanca en las filas del Partido Republicano. Éste ha quedado sumido en la división y el desconcierto, sus líderes se han visto sobrepasados por la verborrea telegénica y a menudo absurda de su aspirante oficial y la misma candidata demócrata ha tenido que entrar en demasiadas ocasiones en polémicas sin sentido. En semejante dislate político, Trump ha proseguido impertérrito, creyéndose inmune a las llamas, saltándose todas las líneas rojas imaginables. Pero la que cruzó en la madrugada del jueves es gravísima.
Decir que la elección al puesto político más importante del planeta ha sido amañada precisamente para que él no gane no es, desgraciadamente, una gracieta de un aficionado a las conspiraciones: constituye un llamamiento abierto al no reconocimiento popular de uno de los procesos democráticos más largos, transparentes y admirados del planeta. Curiosamente, al candidato republicano no se le ocurrió hablar de trampas en el sistema mientras él ganaba elección tras elección durante el proceso de primarias. Ni cuando el partido republicano lo nominó —a regañadientes y por respeto a las reglas— aspirante a la Casa Blanca. Ni tampoco cuando la distancia con Hillary Clinton parecía salvable.
Como los malos perdedores, Trump arroja el tablero al suelo cuando ve que pierde la partida y ensucia la democracia que, resignada, le soporta.
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