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en primera persona
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Por qué tengo que comer los huevos a escondidas?

Desde que soy madre, he tenido que dejar de lado uno de mis mayores caprichos. Mi hija es alérgica y el peligro acecha

Carolina García
Yo, cuando podía comer huevos sin preocupaciones.
Yo, cuando podía comer huevos sin preocupaciones.

En el Día Mundial del Huevo tengo que confesar que me encanta. De todas las maneras: frito, pasado por agua, cocido… y, los mejores, los pochados. Qué placer cuando la yema se desliza y tú aprovechas el descuido para cogerla con rapidez mientras se derrama. Delicioso. Pero lo puedo tomar pocas veces. Desde que soy madre, he tenido que dejar de lado uno de mis mayores caprichos. Después de tres meses de cólicos incesantes, resultó que mi pobre hija, y digo pobre desde mi perspectiva, es súper alérgica al huevo. Para ella, bien, no lo ha probado nunca y por ello no sufre; para nosotros, una odisea a la hora de comerlo en casa, de comprar en el supermercado, o comer en las visitas asiduas a casa de las abuelas. Y hemos llegado a una conclusión: todo lleva huevo.

Este tipo alergia es muy común y, según los médicos de mi hija, se le terminará quitando. La Asociación Española de Pediatría explica que el huevo es la causa más frecuente de alergia alimentaria en niños. Suele aparecer antes de los dos años de vida y desaparece en los primeros seis años. Lo que es un consuelo. Además, "la prevalencia estimada de la alergia al huevo según las fuentes oscila entre el 0,5% y el 2% de la población infantil", añaden. 

¿Cómo descubrimos que era alérgica al huevo? Os pongo en situación. Domingo, comida familiar y de primero, huevos rellenos. La comida evoluciona con normalidad. De repente, la cara de la niña se empieza a hinchar: mejillas, ojos, labios y no para. Al ver la intensidad, nos vamos corriendo al hospital. Diagnóstico: alergia alimenticia. Pero, ¿a qué? Probable alergia al huevo. Tras el análisis y las pruebas correspondientes, se confirma: la niña no puede ni olerlo. Nos dan una charla y medicamentos para llevar siempre en la mochila: antihistamínicos y adrenalina (he de decir que esta última asusta un poco, pero todavía no hemos tenido que recurrir a ella, y espero no tener que hacerlo).

Primera lección. Si no sabes lo que lleva, no se lo des

El pasado verano, cuando acabábamos de empezar las vacaciones y llevábamos solo un día en la playa, la niña decide que quiere jugar con un yogur de los que controlan los niveles de colesterol. El recipiente parece limpio y vacío. Se lo lleva a la boca y a los 10 segundos ya estamos: ronchas por todo el cuerpo. Aparte de darle el antihistamínico al minuto cero leemos que este tipo de alimento se hace, con clara de huevo. Nota imprescindible: el etiquetado es fundamental.

Segunda lección. Las recetas de los restaurantes son distintas de las que tú haces

Zamora, cumpleaños de la bisabuela. Estábamos todos reunidos compartiendo el festín familiar cuando decidimos salirnos del plan: lo normal es que la niña de 15 meses coma alguna proteína y verdura, e innovamos pidiendo puré de patata. Y otra vez, la niña devora el alimento y a los cinco segundos aparecen las ronchas alrededor de su boquita. Toma de medicamento, pánico momentáneo y situación salvada de nuevo. Nota mental: preguntar siempre al camarero si incorporan a la comida yema de huevo. Este fue el caso.

Tercera lección. No comer huevo cuando la niña esté cerca

Puede parecer muy radical, pero es que nos hemos llevado más de un susto. A sus 16 meses, la peque no para de coger todo lo que ve en la mesa o el suelo y se lo lleva todo a la boca o se lo reboza en la mejilla. Con el consiguiente episodio de cara inflamada y tos rasposa. Tras unos minutos de pánico, de preguntarte qué ha podido ser, descubres una mínima porción de cáscara de huevo en la mesa. Conclusión: nada de comer huevo cerca de ella. Lo mejor, y es lo que hacemos, es comerlo a escondidas y, después, barrer el suelo y recoger al milímetro. Un trabajo extra, pero merece la pena. 

Recopilando, ahora su padre y yo tenemos que verificar cada producto que compramos en el supermercado, porque la niña no puede comer ni un solo alimento procesado con huevo. Además, no se nos puede olvidar que cuando salimos a comer nos tenemos que hacer amigos del camarero para averiguar si la comida es apta o no para el bebé. Y lo más importante, siempre tenemos que aprovechar que la niña duerme, lejos de todo componente alérgico, para disfrutar como enanos de un buen huevo frito, o dos. Aunque, para mí, son pocas veces.

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Sobre la firma

Carolina García
La coordinadora y redactora de Mamas & Papas está especializada en temas de crianza, salud y psicología, y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es autora de 'Más amor y menos química' (Aguilar) y 'Sesenta y tantos' (Ediciones CEAC). Es licenciada en Psicología, Máster en Psicooncología y Máster en Periodismo de EL PAÍS.

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