De qué estamos hechos
La asociación Estadounidense de Microbiología tasa en ocho millones, dos de ellos repetidos, el número de genes del microbioma humano. Nuestro ADN está compuesto de 20.000 genes, y los expertos estiman que, por cada gen humano, nuestro organismo porta otros 300 de origen microbiano. Estos microorganismos se asientan principalmente en nuestro intestino. Su actividad permite una correcta digestión, sin la que no obtendríamos una adecuada absorción de los nutrientes. Nuestro cuerpo lo habitan virus, bacterias y hongos que en su conjunto suman un billón de células foráneas que arrojan un dato sorprendente: por cada una propia portamos cinco que no lo son… ¿O acaso sí lo son? Porque sin la presencia de estas 40.000 especies de diferentes bacterias, que rivalizan con otros microorganismos patógenos o sintetizan nutrientes por nosotros, no podríamos vivir.
Esta introducción no deja de ser una analogía de lo que acontece con nuestras certezas y gustos, que, aunque a menudo damos por supuesto que responden a un criterio y sentir que emana desde nuestro interior como algo innato, sin influencia externa, obedecen a algo que va más allá de la propia voluntad. Tenemos una concepción del mundo que, en un tanto por ciento muy elevado, es resultado de la educación recibida y el medio en el que hemos evolucionado.
Sin la presencia de las 40. 000 especies de diferentes bacterias, que rivalizan con otros microorganismos patógenos o sintetizan nutrientes por nosotros, no podríamos vivir.
Tendemos a asumir que nuestra inclinación hacia una u otra idea, argumento o incluso apetencia expresa únicamente motivaciones connaturales y originarias, que legitimamos bajo el paraguas de la privacidad. Interiorizamos, por ejemplo, que el gusto es un asunto personal que se debe respetar, obviando que la arquitectura de razones que lo modelan está trenzada de claves y normas que, además de permitir armonizarnos con la sociedad que nos acoge, regulan nuestra identidad. Una gran parte de nuestras aversiones o simpatías derivan de la cadena de pensamientos y percepciones inculcados por el entorno. De otra forma no se entendería la variabilidad tan dispar y antagónica que muestran las diferentes culturas que cohabitan el planeta en la forma de entender el mundo y sus manifestaciones alimentarias. Que nos satisfaga o fascine un producto u elaboración frente a otros es mucho más que una elección genuina. Encierra también, y sobre todo, preceptos de orden social. Porque nuestra inclinación por unos u otros sabores, texturas o combinaciones tiene mucho de aleccionamiento y hábito compartido, de experiencia ligada a vivencias y afectos con márgenes que se acentúan en nuestro inconsciente. Nuestras preferencias alimentarias comprenden sobre todo las de otros, en un ejercicio que nos hibrida y condiciona nuestras decisiones. Por ello, atendiendo a esto, es conveniente interiorizar también que más allá de la fidelidad a nuestros dogmas hay espacio para una visión más amplia, la comprensión de las causas que los fundamentan e incluso para el retoque o modificación. Así, comprendiendo la raíz de nuestras convicciones, lograremos relacionarnos mejor con la complejidad de un mundo lleno de posibilidades.
Berenjenas con miso y huevo
Ingredientes
Las berenjenas
- 3 berenjenas
- Gaseosa La Casera
- Harina
- Aceite de girasol
- Sal
Los huevos
- 4 huevos
- Salsa de soja
El aderezo dulce
- 100 gramos de miso
- 100 gramos de azúcar
- 10 mililitros de salsa de soja
- 450 mililitros de agua
- 100 mililitros de vino dulce
La presentación
- Aceite de oliva
- Cilantro
- Perejil
- Rabanitos
- Sal en escamas
Instrucciones
1. Las berenjenas
Pelar las berenjenas con una puntilla. Calentar el aceite hasta llegar a 180 grados. Colocar la berenjena en un cuenco; cuando el aceite alcance su temperatura de fritura, rociarla con la gaseosa y remover bien. Incorporar la sal y escurrir el líquido.
Rebozar la berenjena en la harina, retirando el exceso, y freír en el aceite caliente durante 15-20 minutos, dándole vueltas cada dos minutos. Cuando esté bien dorada, sacar del aceite y dejar reposar sobre una rejilla de fritura 20 minutos.
3. Los huevos
Poner agua a hervir en un cazo. Una vez llegue a ebullición, agregar los huevos recién salidos de la nevera. Bajar el fuego al mínimo y cocer durante siete minutos. Poner los huevos en un baño con abundante agua y hielo.
Pelar los huevos y colocarlos en un bol donde queden sumergidos en salsa de soja. Tapar con papel transparente a piel (en contacto directo con toda la superficie). Reservar cuatro horas.
5. El aderezo dulce
Hacer un almíbar con el azúcar, el vino dulce y el agua. Enfriar. Mezclar el almíbar con el miso y la salsa de soja. Reservar.
6. Acabado y presentación
Cortar las berenjenas y los huevos en trozos del tamaño de un bocado. Colocarlos en un bol. Agregar el perejil, el cilantro y los rabanitos cortados en láminas. Aliñar con el aderezo dulce. Terminar con el aceite de oliva y la sal en escamas.
Berenjena
Calorías: La berenjena es un alimento que aporta muy pocas kilocalorías, en torno a 25 por cada 100 gramos de porción comestible.
Composición: Contiene altas cantidades de agua, 92,3 mililitros en 100 gramos de producto. Tiene propiedades antioxidantes, diuréticas y depurativas.
Vitaminas: La presencia de minerales y vitaminas es poco representativa en esta verdura. Entre estas últimas destacan los folatos y la vitamina C.
Pigmentos: Su color se debe a una antocianina, el glucósido de delfinidina. Las antocianinas son pigmentos que se hallan en los vegetales.
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