Emilio Gil, el gran viaje de un diseñador
FRANK CHIMERO, uno de los diseñadores gráficos de referencia, aconsejaba: “Elimina cosas hasta que llores”. Ray Eames, otro de los grandes, decía que en su oficio “todo depende siempre de otra cosa”. Tibor Kalman, maestro también, confesaba: “Estoy interesado en las imperfecciones, manías, chaladuras e imprevistos”.
Emilio Gil (Madrid, 1949) escribió el prólogo de Palabra de diseñador, un fascinante libro donde se recogen algunas píldoras como las anteriores y que, seguramente, sirven para presentar a un caballero que ha convertido su trabajo en un lugar privilegiado donde aprender de la vida. Y esas cuantas observaciones de esos maestros del diseño podrían formar parte de un decálogo ideal para aventurarse en su oficio o, simplemente, en el marasmo de vivir.
Tau Diseño, la empresa que Emilio Gil fundó en 1980, ha conseguido sortear el temporal de la crisis. Muchos de sus colegas cerraron las suyas, abandonados a su suerte tras la fulgurante época en que tener una imagen de marca y unas credenciales chic para presentarse en sociedad eran la obsesión del momento. Aquella fiebre del “diseñas o trabajas” pasó a mejor vida. Emilio Gil supo ver que la fórmula para resistir era seguir creyendo en los viejos principios. Su secreto: acompañar al cliente, y estar con él en el largo proceso de explicar por qué hace lo que hace.
Es verdad que una parte importante del diseño tiene que ver con el gusto de hacer cosas bonitas. Pero lo fundamental es comunicar una idea, transmitir una información, facilitar la vida de la gente. Emilio Gil lo explica con un ejemplo: el plano del metro de Londres. “Se lo encargaron en los años treinta a Harry Beck, un ingeniero, que decidió hacer un diagrama muy fácil de leer con un código de colores y que cabe en un pequeño papel. La distancia real que hay entre las estaciones no se corresponde en el plano con la realidad. Pero da igual. Importa la claridad. Miente para ser efectivo”.
Emilio Gil iba para arquitecto técnico cuando probó en el camino el veneno de un oficio que empezó a ocuparle todo el tiempo. Así que puso en marcha su empresa para resolver una multitud de encargos cuando todavía no había recibido ni una sola lección académica. “En esa época todo el mundo era autodidacta”, explica. En 1982 dio en Dublín un curso de verano de la Escuela de Artes Visuales de Nueva York con algunas figuras indiscutibles: Milton Glaser, James McMullan o Ed Benguiat. Volvió con la idea de comerse el mundo. Se lo ha ido comiendo.
Lleva una empresa en la que una docena de personas resuelven encargos de lugares muy diversos: la Feria del Libro, Mapfre, El Corte Inglés, el torero Sebastián Castella y la Comunidad Autónoma de Madrid, entre otros. Mantiene un blog que tiene que ver con un libro que publicó hace un tiempo, Pioneros del diseño gráfico en España. Enseña en distintas universidades, hace collages, trabaja de comisario de distintas exposiciones. Y todo gira alrededor del diseño.
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