_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Perderse

Nos sacábamos con alfileres unas larvas que se nos metían bajo la piel y nos provocaban infecciones dolorosas

Leila Guerriero
Vista de islas.
Vista de islas.MUBARIZ KHAN / GETTY

Vivíamos todos en el mismo cuarto de cemento sin revoque y una ventana estrecha que daba a la playa. Éramos tres, a veces cinco, a veces dos. Yo era la única mujer. Los varones se bañaban en el mar; yo, en esa habitación bajo un chorro de agua helada que salía de un caño. La primera noche no habíamos encontrado dónde quedarnos, así que dormimos sobre esteras, bajo un tinglado de paja. Al despertar estábamos rodeados de cangrejos y moscas del tamaño de dátiles. Después conseguimos esa posada. Era una isla. Pasamos muchos días allí. Él se ponía cada vez más rubio, más hermoso, más delgado. Yo salía a correr. Una vez me siguió un tipo por el manglar. Aceleré el trote y llegué agitada a la playa donde nos quedábamos. Cuando me di vuelta, no me seguía nadie. Él estaba ahí. Al verme, preguntó alarmado: “¿Qué pasa?”. “Nada”, contesté, engreída. Aterrada. Nos sacábamos con alfileres unas larvas que se nos metían bajo la piel y nos provocaban infecciones dolorosas. A veces, los varones pescaban cantidades de peces inmundos que comíamos fritos. Nos levantábamos al amanecer para tomarle fotos a un barco varado, a unos niños. Yo había llevado tres camisetas, un bolso viejo. No teníamos tarjetas de crédito ni seguro de viaje. Casi no comíamos. Sólo estábamos ahí, como si fuéramos la marea, o un árbol. Ahora, años después, leo este poema de Ana Blandiana (El sol del más allá y El reflujo de los sentidos, Pre-textos): “Se cumplen todos mis sueños: / Soy adulta. / (...) Me ahogo en la realidad: / Mis pasos ya no son anónimos, / ya no saben andar sobre el mar; / Aunque luchen / Mis brazos ya no saben volar, / Ya no me reconozco. Me he olvidado. / Me gustaría volver. Pero ¿hacia quién? / Todo me duele. / ¡Siento una ansia terrible / De mí misma!”. Cuando duela —porque dolerá— yo sé hacia quién volver. A la que soy allí. En esa isla.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_