Todos somos de Bilbao
El gobierno vasco fue pionero en la importación de modelos de gestión que modernizaron las instituciones y estrecharon las diferencias entre el sector público y el privado


El País Vasco ha capeado bien la crisis. La sociedad vasca goza de una relativa salud económica. Innova, exporta y sufre menos las dos grandes lacras españolas, el paro y la corrupción. Además, ha puesto en marcha políticas sociales, como la renta de garantía de ingresos, que todo el mundo quiere imitar. Como en los chistes, todos queremos ser de Bilbao. Pero ¿podemos serlo?
La respuesta depende de qué explica el modelo vasco. Para muchos, es una cuestión de dinero. Gracias al concierto económico, el País Vasco dispone de más recursos para políticas competitivas o de cohesión social. Por tanto, si queremos igualar las oportunidades de todas las Comunidades Autónomas, deberíamos acabar con esa anomalía histórica. Que el País Vasco juegue con las mismas reglas fiscales que Cataluña o Andalucía.
Pero hay una interpretación alternativa. El dinero no mejora las instituciones públicas. A menudo, es al contrario. Cuanto más tienes, más despilfarras en proyectos faraónicos. El buen gobierno es proporcional a un intangible más escaso que el dinero: la voluntad de reformar las instituciones sin esperar resultados espectaculares a corto plazo. El País Vasco ha resistido la crisis actual gracias a las reformas emprendidas en crisis anteriores. Entonces, el gobierno vasco fue pionero en la importación de modelos de gestión que modernizaron las instituciones y estrecharon las diferencias entre el sector público y el privado. Se apuntaló una cultura de colaboración público-privada que se ha ido manteniendo con gobiernos sucesivos.
Sin duda, el concierto económico ha ayudado. Pero no tanto porque da más dinero sino porque empodera más. Si recaudas tus propios impuestos, te sientes más responsable y es más probable que adoptes estrategias de desarrollo a largo plazo. Por el contrario, si el dinero "viene de fuera", es más barato malgastarlo o dedicar tu capital político a lloriquear hacia fuera en lugar de innovar hacia dentro. La recomendación en este caso sería por tanto la opuesta: que Cataluña o Andalucía jueguen con reglas fiscales similares a las del País Vasco. Como si fuéramos todos de Bilbao.
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