El negocio de la peregrinación a La Meca
Arabia Saudí prevé ganar entre ocho y diez mil millones de dólares con el haj, el equivalente al 10% de su PIB
Unos ocho o diez mil millones de dólares no alcanzan para pelear por la cabeza de la lista Forbes, pero hay pocas cosas más que un mortal —alguien al que el bolsillo le suene a llaves y monedas repiqueteando—no pudiera permitirse con cierta imaginación y una cantidad tal. Sería factible juntar a Messi y a Cristiano con la misma camiseta y ponerlos a jugar en el jardín de tu casa; poner esa casa tuya en lo alto de un atolón paradisiaco, para que con cada pelotazo tuvieran que salir a nadar a mar abierto a recoger el balón. Arabia Saudí prevé ganar ese dinero en los alrededor de diez días que durará la peregrinación a La Meca. Esos ingresos le suponen al —recordemos— segundo productor mundial de petróleo, un 10% del PIB.
Con la segunda planta de su casa a medio hacer, vacía salvo por unas tinas de aceite, Muhammed Ammer se gastó los 5.000 euros que tenía ahorrados en emprender el haj, la santa peregrinación, uno de los pilares del Islam. Dejó a su mujer y sus dos hijos en el pueblecito de Túnez donde residen. No había para todos. Las autoridades saudíes imponen cuotas estrictas de viajeros a cada país, y le habían otorgado el permiso. ¿Quién sabe cuánto tardaría en reunir 20.000 euros para marcharse en familia? Sus 5.000 son el coste medio por peregrino, según el diario Al Wattan. Por peregrino austero; una habitación de hotel cercana a la aljama que alberga en su interior la Piedra Negra cuesta en estos días a partir de 2.000 euros la noche. Si quieres una suite con vistas, prepárate para pagar 5.800.
La ciudad natal del profeta ya era en el siglo VII una suerte de duty free en el que caravanas de comerciantes asaltaban a los adoradores de cultos preislámicos que peregrinaban al mismo lugar donde ahora se sitúa la mezquita con la Kaaba. La familia Saud, regente de ese cortijo en propiedad que es el país, lo único que ha hecho ha sido adherir lo mejor del capitalismo al Islam, una religión que —recordemos— les brinda una clientela potencial de 1.200 millones de personas. El metro cuadrado de tierra en La Meca cuesta más de 22.000 euros. La loma donde se levantó una vez la casa de Jadiya, primera esposa del profeta, donde tal vez ambos enterraran a sus dos hijos varones, alberga hoy el edificio más grande del mundo. Un complejo de 12 torres con 10.000 estancias, un centro comercial, 70 restaurantes y cuatro helipuertos.
Este año, tras la avalancha que en 2015 dejó un saldo de 2.297 cadáveres en un embotellamiento, han acudido solo unos dos millones de peregrinos, compelidos a portar una pulsera con sus datos y geolocalizada. De los muertos, 464 eran iraníes y, en el enésimo enredo entre ambos, Arabia Saudí ha querido atribuir la causa a que fueran chiíes. A resueltas del enzarce, por primera vez en tres décadas ningún chií proveniente de Irán peregrinará a La Meca; los dos estandartes de las dos facciones mayoritarias del Islam se mueven a polos cada vez más alejados.
Hajj —recordemos— significa etimológicamente esfuerzo, el que todos, ricos y pobres, tenían que hacer durante el viaje. Ese sudor, ese sacrificio igualador, se ha ido perdiendo en favor de un negocio. Uno en el que souvenirs made in China se venden como benditos; que arroja un rédito de entre ocho y diez mil millones anuales.
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