RCR, la arquitectura como convivencia
Cuando hace tres lustros a los arquitectos del estudio RCR les encargaron un restaurante en su pueblo, Olot, las gallinas decidieron por ellos. Y eso cambió su arquitectura. La dueña de Les Cols, la cocinera Fina Puigdevall, es uno de sus mejores clientes. Una acérrima defensora de la convivencia entre su huerto y la arquitectura de vanguardia que ha dado fama a este restaurante que reivindica una cocina “de paisaje rural”.
Corría el año 2000. Hasta entonces los tres amigos, que coincidieron en la Escuela de Arquitectura de Barcelona (Rafael Aranda –1961–, Carme Pigem –1962– y Ramón Vilalta –1960–), habían cultivado un currículo que los presentaba sucesivamente como diseñadores minimalistas, como precursores en la defensa del kilómetro cero arquitectónico y, curiosamente, como uno de los estudios con mayor potencial de exportación. Era su exigencia lo que los diferenciaba.
También contribuía al mito que se dijera que sus proyectos eran intocables “por contrato”. Desmienten que eso fuera cierto. Pero admiten que fueron las gallinas, el volver a contemplar su valle de La Garrotxa, lo que les dio aire como arquitectos. En 2001 salvaron los árboles de un bosque en el interior del estadio de atletismo Tussols-Basil (Olot). Esa naturalidad disparó su fama internacional.
Lo cuenta Rafael Aranda: “Coexistir afecta a tu intervención. En el restaurante Les Cols fue donde por primera vez tuvimos que plantearnos cómo hablar a lo que ya existía”. Decidieron hacerlo de tú a tú: sin alterar el lugar pero dirigiéndose a él con voz propia. Dejarse devorar por el paisaje, cambiar con él, no convertir la vida en su representación y lograr que la vista descanse en su arquitectura –y que sean otros sentidos los que hablen– son sus nuevos retos. Sin embargo, Carme Pigem recuerda que la clave de su obra permanece intacta: siempre han defendido que la esencia de su trabajo pasa por construir bien. Eso han hecho en el estudio que, desde hace una década, tienen en una antigua fundición. “Cuando la arquitectura tiene consistencia, lo admite todo. Todo la enriquece. Lo contrario es algo muerto”.
También ellos tres lo controlan todo: de los edificios al paisajismo o el mobiliario. Son arquitectos integrales, un tipo de profesional en peligro de extinción. Hoy trabajan en la restauración de la masía que el pintor Joan Miró tenía en Montroig (Tarragona). Comenzaron defendiendo lo local y asegurando que el paisaje de La Garrotxa les dictaba la arquitectura. Hoy han aprendido a leer también Bélgica –allí levantan la mediateca de Gante y un crematorio en Hofheide–, Dubái –donde tras firmar una casa unifamiliar les encargaron un edificio de viviendas– y Francia –construyen una escuela en Font Romeu y una galería en París–. “Nuestro proyecto vital pasa por seguir indagando, profundizando y cambiando”, explica Rafael Aranda. “Nuestra experiencia nos ha nutrido. Es una conquista. Cuanto más seguro se siente uno, más flexible puede llegar a ser”. En su evolución reconocen dos cimientos: el diálogo a tres voces –trabajan juntos en una gran mesa compartida– y la prioridad por la belleza, aunque Aranda explica que “no siempre entra por los ojos”: “Hoy no está de moda, pero creemos que la belleza es fundamental para la arquitectura y para todo en la vida”.
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