Andalucía sin complejos

PARECE que nuestro Gustavo Adolfo Bécquer, habiendo pasado apenas unos años de la fundación de la Feria de Sevilla, consideraba que la celebración estaba perdiendo autenticidad, se estaban pervirtiendo sus costumbres por mor del tipismo, que ya no era lo que era. En estas tierras meridionales, el tópico aún no existía y ya había alguien que estaba desmontándolo, desmitificándolo.

En otro tiempo, cuando Félix de Azúa aún escribía desde Barcelona, nos dejó un ensayito memorable, El mito de la Andalucía romántica, sobre ese empeño nuestro, de las gentes del sur español, por ponernos a encarnar la fantasía o disparate que cualquier extranjero imaginaba sobre nuestras tierras, costumbres y modos de vida. Gaditanos, sevillanos o granadinos siempre dispuestos a ser el torero, la Carmen o el bandolero que el guion exigía. El viajero, así, se encontraba con personas y personajes preparados para incorporarse al mundo de El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki, o La mujer y el pelele, de Pierre Louÿs. En la obra maestra que es Orientalismo, Edward Said cae rendido ante el prestigio liberador de la alta cultura europea. Said olvida que para los de más abajo, para los que no tienen nada en Tánger o en Estambul, los tópicos culturales “orientalistas” suponen un campo en el que ejercer su emancipación de los poderes locales, escapar de la explotación de la burguesía ilustrada nacional, prestigiar modos de vida radicalmente alejados de los hegemónicos. Así también en el sur de la península Ibérica, esa zona del mundo que coincide, a veces, con Andalucía.

Deleuze insiste en ahondar las diferencias entre topología y topografía. ¿Flamencos o gitanos? Por un lado tenemos un conjunto de relaciones espaciales; por el otro, las coincidencias de una representación y un territorio. Pero ¿qué diferencia a un grupo de romeros camino del Rocío de las caravanas que atraviesan el cabo de Gata en el último spaghetti western?