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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La señal del espacio que nos habla de nosotros

Un radiotelescopio ruso capta algo extraño, pero lo que sucede aquí abajo es más extraño aún.

Jorge Marirrodriga
Imagen del European Southern Observatory.
Imagen del European Southern Observatory.Y. BELETSKY (LCO)/ESO/ESA/NASA/M (AFP)

No sabemos si la señal detectada procedente —al parecer— del espacio nos dirá algo sobre la existencia de otros vecinos en la galaxia, sobre algún fenómeno natural que se produce a millones de años luz y era desconocido hasta ahora o, simplemente, se quedará en una anécdota similar a la famosa señal Wow recibida el 15 de agosto de 1977 y de la que nunca más se supo. Pero deteniéndonos a reflexionar sobre la noticia, la presunta señal ya nos está diciendo bastante sobre nosotros mismos: los humanos.

La historia es que un radiotelescopio ruso, denominado RATAN-600, captó el 15 de mayo del año pasado una extraña señal —extraña porque se sale de los parámetros de lo que quiera que se reciba normalmente procedente del espacio— desde una estrella conocida como HD164595, que, aunque tenga su lógica científica aplastante, es sin duda uno de los nombres más tristes que se puede adjudicar a estrella alguna. Pruebe el lector a elaborar el gentilicio de este astro situado a 94 años luz. Claro, que la denominación del telescopio también se las trae. Ahora el Comité Permanente del SETI —que es el programa internacional que busca señales de vida inteligente en el espacio— discutirá el hecho el 27 de septiembre en Guadalajara, México, porque considera que la señal es “interesante” independientemente de su origen. Aun así ha rebajado bastante el entusiasmo alienofilo desatado.

Pero también resulta interesante echar un vistazo a lo hecho por los humanos con la señal. En primer lugar, quienes captaron la perturbación se lo han tenido callado durante un año. No sabemos si querían estar seguros y se lo han tomado con calma, o si, pensando que les proporcionaría una ventaja de algún tipo —tecnológica, científica, etcétera—, han aplicado el principio ibérico de “el que la pille pa él” o tal vez aguardaban un “llevadnos ante vuestro líder” para que Putin hiciera los honores. El año de silencio sobre algo que podría ser el descubrimiento de la Historia es casi tan fascinante como el origen de la señal.

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A continuación, viene la escuadra del “ya te lo decía yo” —y ojo que en ella figuran algunos astrónomos—, que no solo da por descontado el origen artificial de la señal sino que incluso sabe a qué tipo de civilización pertenece. Todo sin la más mínima prueba pero con muchas ganas. Según esta corriente, se trata de una civilización de nivel uno o dos. Para poner las cosas en su sitio, nosotros estamos empantanados en el cero sin visos de llegar al uno. Es decir, para los emisores de la señal no llegaríamos a civilización.

Esto nos lleva a la parte práctica de esta historia; la discusión —que cuenta con personalidades de altura— de si ante la silenciosa jungla estelar es mejor mirar y callar o si debemos proclamar a los cuatro vientos solares nuestra existencia. En la jungla, los animales —incluyendo los depredadores— evitan el ruido. Pero para una precivilización empeñada en difundir lo que desayuna, dónde pasa las vacaciones o lo que le gusta y lo que no, el silencio está a años luz.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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