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EL MÉDICO DE MI HIJ@
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En vacaciones, ¿nos llevamos o no la comida del niño?

Lo más importante no es la rutina, sino comer todos juntos

Padre da de comer a su hija.
Padre da de comer a su hija. Maria Teijeiro (Getty Images)

Tener un bebé aunque sea de 40 meses, como se dice ahora, y pasar unos días fuera de casa puede suponer para muchas familias una complicación, sobre todo si es la primera vez. ¿Dónde ir? ¿Qué llevar?

Los mayores, que ya pasamos por eso en su tiempo, recordaremos con una sonrisa ahora, pero no entonces, aquel momento de llenar la maleta para que la Renfe o Iberia nos admitiera y no nos exigiera un contenedor de mudanzas o llenar el maletero del 600, ¡Uy que viejo! Perdón, del R5. Todo un ejercicio de tetris para acomodar el mayor número de cosas, que luego eran inútiles, pero que a todas luces parecían a priori indispensables. La cuna de viaje, ropa para baño, ropa por si hace frío, ropa por si llueve, esterilizador, cremas, juguetes para que no se sientan solos sin sus propiedades... En fin, media casa y si no se busca espacio en el techo del auto, cual magrebí de vuelta a casa en tránsito por la península.

Pero llegamos a una duda no resuelta y que todos los años hace correr ríos de tinta en blogs, artículos e, incluso sesudos, estudios nutricionales: ¿Nos llevamos o no la comida del niño?

La alimentación durante las vacaciones hace que cada uno tenga sus recetas y se pueda leer de todo. Desde el que sugiere llevarse y meter en la maleta lo máximo posible para que no varíe lo más mínimo su nutrición, hasta aquellos que no consideran un problema la situación, siempre y cuando no se viaje a desiertos o zonas despobladas, ya encontrarán cualquier cosa por allí.

Yo voy a tomar otra postura ya que si no, no tendría sentido escribir esto.

Quitemos el grupo de lactantes menores de seis meses, ya que la madre lleva incorporada la leche y no ocupa o no debería ocupar sitio en el maletero si las relaciones son buenas. Reservando este privilegiado grupo que lo tiene fácil y que por el contrario suele ser el más cicatero a la hora de salir. El resto deberá valorar en un estudio previo ¿dónde vamos a viajar?

Si vamos a casa de los abuelos no hay problema, los niños vendrán con unos kilos de más, ya se ocupará la abuela. Ya que una vez tome las riendas de la cocina demostrará que los críos estaban muy flacos y confirmará sus dudas sobre que su hija o su nuera lo estén haciendo bien. ¿Nos debemos poner serios y evitar que esto suceda?

Por otro lado, si recalamos en esa playa atestada de personal, donde no puedes ni parar en el chiringuito siempre lleno y donde la comida, por llamarlo de algún modo, no suele estar todo lo decente que debería, o donde predominan los sitios de comida rápida ya ubicuos en toda la geografía patria. ¿Podremos aguantar kétchup con comida durante este tiempo?

Y no digo nada si viajamos al extranjero, donde encontraremos comidas caras, diferentes, que a los niños no les gusta el exceso de queso francés o el olor a curry londinense. Sitios, en los que, además, hay que comer rápido porque nos quedan muchas cosas por ver.

En fin, una complicación ¿sobreviviremos a unos días fuera de casa?

Las sociedades más primitivas invierten gran parte de su tiempo en la comida, buscar qué comer puede ocupar mucho tiempo, hay que cazar o cultivar, luego cocinar y no se le da importancia a la calidad, lo que cuenta es que haya. Sociedades más desarrolladas pasan la comida a un segundo plano, no interesa, lo importante es hacer cosas, ganar dinero, viajar, comprar. La alimentación es un bien de consumo y no es importante, Se mete en la cesta del súper y ya está. Si lo venden ya precocinado, la calidad sigue sin importar. Se supone que el gobierno se encarga, lo importante es el resto del día, no se valora el momento de la comida.

Pero las sociedades posmodernas vuelven a invertir tiempo en la alimentación, estudian dietética, hay mucha información, surgen tendencias, vegetarianos, veganos y macrobióticos, celiacos, intolerantes y alérgicos entre otros. Hay que estudiarse las etiquetas de los productos y hasta las cartas de los restaurantes vienen con alérgenos y pronto con las calorías de cada plato. El nivel de conocimiento genera en la sociedad un nivel alto de exigencia, los padres deben hacerlo no solo bien, sino muy bien. Está la información, Internet tiene miles de blogs y sites dedicados al tema como para obviarlos.

¿Seremos capaces de hacerlo de 10 con nuestro hijo en temas alimentarios?

Llegados a este punto, tendremos que responder a las preguntas pendientes: ¿Dejaremos a la abuela campar a sus anchas? La respuesta es sí, sin dudar. Para el niño será una experiencia de sabores nuevos y disfrutará de la comida en grupo. No estará obligado a sentirse diferente comiendo a parte (aceptamos el tópico de abuela de pueblo que cocina bien o que por lo menos cocina). Los ingredientes pasan a un segundo plano, en verano, por ejemplo, se come menos, se bebe más, los alimentos no generan tanta energía como deberá ser luego durante el invierno, nuestra ocupación más que en los ingredientes deberá centrarse en la actividad.

Un niño mayorcito puede repetir tres platos que le gustan, comerá algo nuevo, aprenderá sabores nuevos y, sobre todo, luego hará más ejercicio para quemar calorías. La obesidad infantil no se debe a la cantidad de comida ingerida, sino a la no consumida después, el sedentarismo y la falta de ejercicio son el gran problema. Es importante fomentar la visita a la familia para nuevos lazos entre primos, amigos, vecinos y, si el lugar lo permite más calle y menos sillón.

En la playa, en casa de la abuela o en el extranjero lo más importante no es lo que comer, sino lo que evitar. Hay que huir los zumos preparados, las bebidas azucaradas, la comida basura, el kétchup, bollo que generan en los críos un exceso de azucares que son muy difíciles de quemar y que pueden contribuir a la obesidad, no solo por el producto en sí, sino por el aprendizaje que supone para ellos. Vale que en un sitio de playa es difícil comer bien y sano y se termina en el kebab o el burger, pero el perjuicio para los peques es grande porque les estamos diciendo que cualquier cosa vale, que lo importante es el consumo de diversión sin más y olvidamos que están aprendiendo de todo lo que hacemos.

En vacaciones o de fin de semana, retomemos lo mejor de los que nos precedieron. No vamos a salir de caza como los primitivos, pero se puede hacer una batida exploratoria con los peques en busca de un buen sitio para comer. E inspeccionar con cuidado el súper y que aprendan a cazar productos de calidad y a pescar preguntando al pescadero. Visitaremos la cocina de la abuela para ayudarla a preparar lo capturado y prepararemos manteles y útiles para disfrutar en grupo de la sabiduría de los ancianos del lugar, mientras devoramos y comentamos las anécdotas de la batida.

Los días libres con niños son un gran momento para el aprendizaje en familia, es un gran momento para aprovechar y aprender a comer, sin rigideces de horarios, ni de costumbres. Lo importante no es la cantidad, no es la rutina, lo importante es llenar su disco duro mental con experiencias nuevas para el futuro.

Jesús Martínez es pediatra, autor del libro y del blog El médico de mi hij@ y director médico de Mamicenter. Si quieres hacerle alguna consulta, escribe a mamasypapas@elpais.es

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