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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En días olímpicos, Donald Trump bate su récord

A once semanas de las elecciones, el candidato republicano prescinde de nuevo de su jefe de campaña

Jorge Marirrodriga
Donald Trump, durante un mitin en Michigan.
Donald Trump, durante un mitin en Michigan.Gerald Herbert (AP)

La celebración de unos Juegos Olímpicos es una época ideal para batir récords. Y no es necesario que sea en ningún deporte ni en la sede de los Juegos. El espíritu de Olimpia llega a los lugares más insospechados.

Ahí está, por ejemplo, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, quien cuando apenas quedan 11 semanas para las elecciones ha despedido a su jefe de campaña. Se trata del segundo responsable en ese puesto clave que es invitado a presentar la dimisión en pocos meses. Aunque el lema electoral de Trump es “Haz de Estados Unidos un gran país de nuevo”, da la impresión de que lo que hasta ahora se está haciendo grande es la lista de colaboradores de los que se deshace el aspirante. El primero, Corey Lewandowski, cayó a finales de junio víctima de la hostilidad de los hijos del candidato. El segundo, Paul Manafort, lo ha hecho ante la posibilidad de perjudicar la imagen de Trump por estar envuelto en negocios tanto con personalidades próximas a Vladímir Putin como por con algunos dictadores. Su puesto lo ha ocupado inmediatamente Stephen Bannon, aunque, a este paso, no es descartable que no llegue a las elecciones de noviembre. Trump parece que hace caso omiso de ese dicho tan estadounidense que aconseja no cambiar de caballo mientras se cruza el río. El candidato echa a sus jefes de campaña al ritmo con que Jesús Gil despedía entrenadores. Eso es verdaderamente un ritmo de récord olímpico y mundial.

El jefe de campaña es un puesto decisivo en la elección presidencial. Barack Obama, por ejemplo, le debe gran parte de su victoria en 2008 tanto a David Pouffle como también a David Axelrod, su estratega principal. Es decir, entre otras, dos personas cuya principal misión era aconsejar, proponer y, en numerosas ocasiones, llevar la contraria al entonces candidato demócrata. Una tarea nada fácil ni grata cuando está en juego el puesto político más importante del planeta. Y un trabajo casi titánico cuando quien está enfrente es una personalidad tan explosiva como la del magnate republicano.

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Se decía que Manafort estaba logrando desactivar parcialmente las salidas de tono de Trump. Muy parcialmente debía ser. El candidato no había renunciado a los insultos a los periodistas que acuden a sus ruedas de prensa —“escoria” es lo más fino que les llama a algunos— ni a sus propuestas que poco tienen que ver con hacer grande a ningún país. La penúltima es la obligatoriedad de los inmigrantes de aprobar un —en sus propias palabras— “examen extremo”. Quién sabe, tal vez logre reflotar a la quebrada Universidad Trump impartiendo cursos para aprobar la prueba.

En cualquier caso, Trump ya ha demostrado que se puede llegar a candidato presidencial enfrentado al aparato del partido, contra el vaticinio de expertos y aficionados, convirtiendo cada debate en una pelea en el barro, prescindiendo de la tradicional política estadounidense puerta a puerta y diciendo todo tipo de barbaridades. Somos los demás los que deseamos que tenga un buen jefe de campaña.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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