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La artesanía de la alta costura

Un momento del desfile Métiers d’Art Paris in Rome 2015/2016 celebrado en los estudios Cinecittà de la capital italiana el pasado diciembre.
Un momento del desfile Métiers d’Art Paris in Rome 2015/2016 celebrado en los estudios Cinecittà de la capital italiana el pasado diciembre. Pierre Gonnord

UNA NOCHE de diciembre, estudios Cinecittà. En un hangar, una pasarela que en realidad es un laberinto de calles de París, boca de metro incluida. Alrededor, 800 espectadores desplazados al efecto, entre prensa, clientes e invitadas ilustres (Carolina de Mónaco, las actrices Kristen Stewart y Rooney Mara). “¡Es una invasión de moda!”, ríe Bruno Pavlovsky, el presidente de moda de Chanel, entre las bambalinas de su propia superproducción. Sin embargo, por difícil que parezca, en el desfile Paris in Rome de la maison francesa, duodécima entrega de sus colecciones Métiers d’Art (oficios de arte, en francés), lo único importante es fijarse en los detalles: la franja de lentejuelas que recorre el frontal de una falda lápiz, los apliques de pedrería sobre una capa de cachemir o un bajo de plumas que se mueven con coquetería al caminar.

En un clima de crisis en el que el lujo carece de grandes perspectivas de crecimiento, y que tampoco invita a la ostentación, las colecciones Métiers d’Art son el vehículo que Chanel utiliza para exhibir las capacidades de los talleres que ha ido adquiriendo durante años, y que convierten esos detalles en espacio para el virtuosismo. Se trata de 13 pequeñas empresas englobadas por la compañía subsidiaria Paraffection, localizadas en su mayor parte en un complejo a las afueras de París. “Chanel compró Lesage en 2002, pero esto no ha cambiado nuestra forma de trabajar”, explica Jean-François Lesage, hijo del fundador de la casa de bordados que lleva su apellido. “Es verdad que produce ocho colecciones anuales y eso representa mucha actividad para nosotros, pero seguimos trabajando con otras casas de costura”.

Una artesana de Lesage selecciona hilos para un tejido de tweed.pulsa en la fotoUna artesana de Lesage selecciona hilos para un tejido de tweed.

El proyecto Métiers d’Art subraya la implicación de la firma con unos oficios cuya desaparición no solo significaría su propio final, sino el de ese reducto casi mágico que es la confección de calidad. Ya el padre de Lesage, François, describía su profesión con pasión más allá de la simple técnica: “El bordado es a la costura lo que los fuegos artificiales al día de la Bastilla”.

Lesage es el nombre más célebre dentro del paraguas Paraffection. En la profesión desde 1924, cuando Albert y Marie-Louise Lesage adquirieron el taller de bordado Michonet, en su archivo se conservan más de 70.000 muestras, herencia de sus colaboraciones con grandes como Yves Saint Laurent, Balenciaga o Givenchy. Particularmente valioso es el legado que dejó su trabajo con Elsa Schiaparelli, gran rival de Coco Chanel en los años treinta, rico en motivos surrealistas.

Pero no fue el de Lesage, sino el del bisutero Desrues, el primer taller que Chanel compró, en 1985. Once años después llegó el turno de Lemarié, plumajero y florista, y luego, los del sombrerero Maison Michel, Massaro (el zapatero que fabrica los salones beis con puntera negra desde que Chanel los diseñase en 1957) o el antiquísimo guantero Causse.

Karl lagerfeld: “es artesanía en el mejor sentido de la palabra porque hay arte: el arte de hacer las cosas bien”.

En octubre de 2012, cuando se hizo pública la noticia del cierre de Barrie, un productor escocés de cachemir con el que Chanel llevaba un cuarto de siglo colaborando, la maison intervino y compró la empresa. En diciembre, una festiva caravana de la moda con el logo de la ce entrelazada aterrizaba en el castillo de Linlithgow, cerca de Edimburgo, con una colección llena de tartanes, guiños a María Estuardo y, por supuesto, toneladas de cachemir. El espectáculo no celebraba la conservación de los 176 puestos de trabajo que genera Barrie, sino parte del legado de Chanel: la fundadora pasó mucho tiempo en las Highlands con el duque de Westminster, su amante a finales de los años treinta, y a través de él descubrió el tweed y los jerséis de cenefas que hoy siguen poblando sus tiendas.

La historia de mademoiselle Chanel no solo inspira la estética de la casa que fundó. La diseñadora, de orígenes modestos, destronó a los modistos de principios de siglo que, como Paul Poiret, imponían incómodas fantasías para las mujeres. Relajó la silueta y simplificó los patrones; se cortó el pelo, inventó su propia historia y, cuando murió, en 1971, había alcanzado un nivel de éxito casi inaudito para una mujer sola. Si Chanel, la creadora, retrató su época, Chanel, la empresa, es pionera en todo lo que hoy identifica a una casa de lujo: la salvaguarda de la creatividad y el savoir faire, la responsabilidad social corporativa y, naturalmente, la necesidad de ofrecer espectáculo en la sociedad de Internet. Las colecciones Métiers d’Art, que desde 2002 invaden anualmente una ciudad del mundo a bombo y platillo, reúnen todo lo anterior. “Es artesanía en el mejor sentido de la palabra, porque en la artesanía hay arte”, dice Karl Lagerfeld, su diseñador. “El arte de hacer las cosas bien”.

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