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Columna
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Donald

A veces se necesita una pesadilla para despertarse de un sueño largo y aletargado.Trump ha sido esa pesadilla

Donald Trump,, en una cita con sus seguidores el sábado en Windham, New Hampshire.
Donald Trump,, en una cita con sus seguidores el sábado en Windham, New Hampshire.SCOTT EISEN (AFP)

La semana pasada escribí en este espacio sobre el legado de Bernie Sanders. Me parece justo dedicarle ahora unas palabras al del señor Donald, que, como indican las más recientes encuestas, va por fin de salida.

La siniestra campaña del republicano se abrió con acusaciones a los migrantes mexicanos: “Violadores, rateros y asesinos”. Ese mismo día, afuera de mi casa, uno de mis vecinos se me acercó a hacerme plática. Mi vecino es un señor simpático, sofisticado, con quien había tenido suficientes intercambios como para asegurarnos a ambos de que, además de compartir la cuadra, compartimos ciertas ideas políticas y valores básicos. El día de las declaraciones contra los mexicanos, me pidió mi opinión y yo me embarqué en una defensa más general de los migrantes “ilegales” hispanos. Después de escucharme, sonrió y dijo: “Bueno, pero quizá Trump tenga un punto”. Me quedé helada: “¿Un punto?”, pregunté. Me dijo que los “demás” no eran “como ustedes”; es decir, como nosotros, sus vecinos mexicanos desde hace media década. Me desconcertó tanto su comentario que me despedí, y subí a mi casa con esa mezcla de rabia y tristeza que producen ciertos desengaños. ¿Por qué vivíamos en un país en donde se odia y desprecia tanto al nuestro? Pensé, además, que ese encuentro era un presagio.

Pero, contra mis expectativas, durante los meses que siguieron, el mal trago de ese encuentro no se reprodujo. Al contrario. En Hofstra, la universidad en la que enseño, mis alumnos llegaban al salón queriendo discutir el racismo contra los hispanos de este país. Luego, un grupo de 10 alumnos fundó una organización de apoyo a adolescentes hispanos migrantes. Otra alumna, que estaba estudiando para ser periodista deportiva, decidió, tras estos meses, dedicarse al periodismo político enfocado en comunidades migrantes. Por las calles de la ciudad empecé a ver gente con cachuchas que decían Make America Mexico Again (en respuesta al Make America Great Again de Trump). Y, hace unas semanas, me buscó NPR, la radio pública nacional, para grabar con ellos un documental sobre niños refugiados centroamericanos. Personas que antes no tenían mayor interés en la situación de los migrantes hispanos —los invisibles, los siempre olvidados, los más ninguneados— se han vuelto ahora incluso defensores comprometidos de los derechos de esa población.

A veces se necesita una pesadilla para despertarse de un sueño largo y aletargado. Trump ha sido esa pesadilla. Así que gracias, Donald: ahora ya te puedes pasar a retirar en paz.

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