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historias de darth mader
Columna
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Nunca les enseñéis a usar el telefonillo

Si pudiera volver al pasado, ese sería el aviso que daría a mi yo del pasado. Pero ya no hay vuelta atrás

Cecilia Jan
A la quinta llamada al telefonillo en siete minutos.
A la quinta llamada al telefonillo en siete minutos.getty

Si alguna vez pudiera viajar en la máquina del tiempo al pasado, no intentaría ganar las apuestas sabiendo ya todos los resultados, como Marty McFly en Regreso al Futuro II. Qué va. Aprovecharía el viaje para advertir a mi yo del pasado sobre algunas cosas relacionadas con los niños que nunca debí haber hecho, y que ya no tienen vuelta atrás.

Me remontaría a solo un verano atrás, y me dejaría un mensaje en el buzón, en el que escribiría: "Nunca, nunca, enseñes a los niños a usar el telefonillo. Parece útil, pero córtate la lengua si te sientes tentada a hacerlo". Porque es empezar el buen tiempo, tener tres churumbeles en edad de bajar solos a jugar a la urbanización, y empezar a sonar. Cuando no son los amigos que vienen a buscarlos, son ellos mismos, que se pueden tirar una hora viendo la tele sin hablarte, pero es bajar, y les entra un ansia de comunicación...

Tú que los sueltas para que desfoguen y para, por qué no decirlo, poder hacer cosas en casa con algo de tranquilidad. Y entonces suena el telefonillo. Y no suena con una música agradable, no. Es un soniquete estridente y desagradable que te empuja a salir corriendo y contestar solo para que se calle. Es oírlo y me crispo. Porque las llamadas nunca vienen solas. He llegado a contar más de 10 en media hora.

— Mamá, ¿cuándo vas a bajar? Quiero bañarme. (Es el mayor. Está bien que respete la orden de no entrar en la piscina solo).

— Ahora, cuando termine una cosa.

— Vale.

Sigo con lo que sea. Cocinar, recoger, aprovechar para ir al baño sin interrupciones...  Y suena. Carrera hasta el recibidor limpiándome con el trapo, con las manos llenas de ropa o en situación mucho más comprometida, según la actividad interrumpida.

—¿Y ahora qué?

— Mamá, tengo hambre. ¿Me bajas algo de merienda?

— Sube tú.

— No, bájame algo.

— Cuando termine lo que estoy haciendo.

Vuelvo a lo que sea. A medio camino, vuelve a sonar.

— Mamá, baja que te tengo que decir algo. (Esta es la mediana).

— Dímelo por el telefonillo.

— No, tienes que bajar.

— Ahora, cuando termine.

— ¡Pero baja ya!

Cuelgo y me doy la vuelta. Cuando estoy a punto de llegar a mi destino, vuelve a sonar.

— Mamá, ¿puedo ir a casa de María? (Esta es la pequeña, que le gusta tanto ir a casa de vecinos que cualquier día nos van a denunciar por okupas).

— ¿Pero te ha invitado su madre?

— No, ¿pero si me deja puedo ir?

— Pero te tiene que invitar.

— Voy a preguntarle. (Buen despeje, ahora va a tocar al portero automático de la vecina).

Me encamino a la cocina a buscar algo de comer para el primero. Vuelve a sonar.

— Mamá, ¿me bajas ya la merienda, que tengo hambre?

— Te la voy a hacer ahora.

— ¡Pero venga, baja ya, que tardas mucho!

— ¡Si no dejáis de tocar al telefonillo, no voy a poder terminar jamás y no bajaré nunca!

Vuelvo a la cocina. Suena el telefonillo.

— ¡¡¡Y ahora qué leches queréis!!!

— Soy el conserje. Tiene aquí un paquete. (Glups).

Pues eso, que si estáis aún a tiempo, nunca, nunca, les enseñéis a usar el telefonillo.

¿Os suena? ¿De qué avisaríais a vuestro yo pasado si pudieráis?

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Sobre la firma

Cecilia Jan
Periodista de EL PAÍS desde 2004, ahora en Planeta Futuro. Ha trabajado en Internacional, Portada, Sociedad y Edición, y escrito de literatura infantil y juvenil. Creó el blog De Mamas & De Papas (M&P) y es autora de 'Cosas que nadie te contó antes de tener hijos' (Planeta). Licenciada en Derecho y Empresariales y máster UAM/EL PAÍS.

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