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RÍO 2016

Los chabolistas que vencieron a los Juegos Olímpicos

Después de más de dos años de demoliciones, 20 familias consiguen permanecer en la favela Vila Autódromo tras un difícil acuerdo de urbanización con el ayuntamiento de RÍo de Janeiro

Maria da Penha en lo que fue la Vila Autódromo, ahora transformado en un campo de obras por causa de los Juegos Olímpicos.
Maria da Penha en lo que fue la Vila Autódromo, ahora transformado en un campo de obras por causa de los Juegos Olímpicos.PATRICIA MARTÍNEZ SASTRE
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“¿Por qué yo tengo que salir de mi casa para un evento que va a durar 18 días si vivo aquí desde hace 20 años y la comunidad existe desde hace 40? Es muy injusto, y sabemos que el motivo real no son las Olimpiadas”, afirma la joven Nathalia Silva manifestando el absurdo de quienes la obligaban a abandonar el lugar que la vio crecer bajo el pretexto de la gran cita deportiva. No obstante, irse de la Vila Autódromo nunca estuvo entre sus planes y hoy, después de varios años de incertidumbre, puede afirmar orgullosa que ella se queda.

Un total de 20 familias de una comunidad que tan solo dos años atrás albergaba casi 600 (con unas 3.000 personas) han conseguido permanecer en esta favela, vecina del Parque Olímpico y objeto de una fuerte revalorización inmobiliaria al localizarse en el barrio noble de Barra da Tijuca; zona oeste de Rio de Janeiro y sede principal de los Juegos Olímpicos 2016. 20 son las casas que el ayuntamiento está construyendo y cuyas llaves tiene previsto entregar este martes 26 para que las familias dejen de vivir en contenedores provisionales.

“Las personas a veces piensan en el pobre como basura para ser removida. No somos basura, somos personas con derechos que tienen que ser respetados. Yo luché para demostrar que tenemos voz y que existe una solución, solo hace falta que el pueblo luche con dignidad”, explica María da Penha, madre de Nathalia y símbolo de resistencia de la sempiterna amenazada Vila Autódromo. Fiel a sus pensamientos, nunca aceptó indemnización alguna ni tampoco trasladarse al complejo urbanístico Parque Carioca —proyecto de reubicación dentro del programa estatal Minha Casa Minha Vida— incluso, cuando su casa fue demolida y tuvo que buscar cobijo en la iglesia local.

“La iglesia es la casa de todos. Es un lugar que debe servir al pueblo y que no está ahí solo para adoración”, matiza una convicta Penha, cuya fe le proporcionó parte de la fuerza necesaria para afrontar esta lucha. Emigrante del estado norteño de Paraíba, vivió durante varios años en el inmenso complejo favelado de Rocinha hasta que decidió invertir todo lo que tenía en busca de una mejor calidadde vida en la Vila Autódromo, donde lleva resistiendo 24 años.

Pero la tranquilidad de esta pequeña comunidad —sin tráfico de drogas ni milicia— sería interrumpida con las primeras demoliciones en marzo de 2014. Una vez que los primeros vecinos comenzaron a aceptar los términos de salida, los que se resistieron se vieron obligados a convivir entre escombros, temblores y todo tipo de estrategias con el fin de echarles. “Primero me cortaron la luz y luego el agua. Yo tenía dos niños pequeños, con tanto mosquito y sin luz no podíamos quedarnos”, explica Wagnei Carvalho, quien vivió de alquiler durante cuatro años en la Vila Autódromo. Después de salir de allí se trasladó a la favela César Maia, en guerra con la Ciudad de Dios, por lo que tuvo que mudarse de nuevo.

Al menos 4.120 familias ya han sido desalojadas de sus casas por motivos relacionados directa o indirectamente con la cita olímpica

“Su principal estrategia fue dividir para ocupar. Dividieron hasta familias: el esposo quería irse, la esposa no; un hijo sí, el otro hermano no... la desarmonía fue total”, recuerda Nathalia. Las negociaciones pasaron a ser individuales, las llamadas a pie de puerta continuas e incluso, se llegó a la violencia física. Una fecha no sale de su cabeza: 3 de junio de 2015. Ese día, junto a otros vecinos, su madre fue agredida por la Tropa de Choque al intentar impedir el desalojo por orden judicial de una familia de la comunidad. El desahucio se evitó gracias a la creación de un cordón humano y a la retransmisión en vivo por parte de algunos medios de comunicación.

Pero estas 20 familias han podido observar cómo sus nuevas casas fueron emergiendo entre tanta destrucción y finalmente, pueden asegurar sin miedo que se quedan; que hoy Vila Autódromo existe y resiste gracias a su pequeña gran rebeldía. “La lucha es de todos los que ya pasaron por esta comunidad y de todos los que nos apoyaron, es una victoria colectiva de toda la sociedad”, reconoce Penha. Por su parte, su hija Nathalia se mantiene alerta: “Vamos a continuar luchando para que también cumplan con la construcción de un centro cultural y de una asociación de moradores, según fue acordado en las cláusulas del contrato”.

Amenaza continua de remoción

“En un domingo por la tarde en la Vila Autódromo es frecuente ver niños jugando, señoras sentadas a pie de calle conversando, gallinas corriendo y escuchar la música de algún ruidoso sertajeno. Son comunes las casas con comercios, los bares, los mercadillos y los salones de belleza”, describe en un libro-reportaje sobre esta favela la estudiante de Ciencias Sociales Paula Paiva, en marzo de 2013. En la actualidad el suelo está minado de surcos, los obreros caminan de un lado para otro escondidos bajo coloridos cascos y tan solo se oye el pitido de alguna máquina excavadora.

“Hay que acabar con esa podredumbre por detrás de los Juegos”, exclama la vecina Nathalia Silva.

El tiempo ha hecho estragos en esta favela que desde su nacimiento convive con el fantasma de la remoción. Fundada por pescadores en la década de los setenta, el Ayuntamiento de Rio intentó primero desalojarla acusándola de “daño al medio natural, urbano, estético y visual”. A ojos de Nathalia la hipocresía es enorme: “Todos los edificios que hoy tenemos alrededor dañan, sin lugar a dudas, infinitas veces más el medio ambiente que una comunidad de 600 familias”. A escasos metros de distancia se erige la Villa Olímpica —hogar olímpico donde se hospedarán los cerca de 15.000 deportistas— compuesta por 31 edificios de 17 plantas cada uno.

Años más tarde, después de las intensas lluvias de 1996, el poder público alegó que la región se encontraba en una “área de riesgo”, pero una vez más la acusación fue recusada. Vila Autódromo tenía derecho a existir gracias a la concesión estatal de un Derecho Real de Uso válida por 99 años prorrogables. Eso no impidió, no obstante, que durante los preparativos de los Juegos Panamericanos de 2007 varias casas sufriesen amenazas de ser removidas, igual que durante los años previos a la Copa del Mundo 2014.

En esta última ocasión el actual alcalde de Rio de Janeiro, Eduardo Paes, argumentó que la favela debía ser desocupada por exigencias del Comité Olímpico Internacional (COI) pues invadía el perímetro de seguridad de los Juegos y después, por causa de la construcción de diversas instalaciones. El Defensor del Pueblo mandó entonces una notificación al presidente del COI, Jaques Rogge, explicando que la Vila Autódromo era una comunidad pacífica. “Por la noche me sentaba a ver la televisión, me quedaba dormida y la casa quedaba toda abierta. Nunca fui robada, nadie se metía con nadie...”, añade la todavía vecina Dalva Chrispino de Oliveira.

Un incierto tira y afloja que lejos de ser una excepción afecta a muchos otros asentamientos irregulares. Según el último dossier del Comité Popular de Río de Janeiro para la Copa Mundial y las Olimpiadas, al menos 4.120 familias ya han sido desalojadas de sus casas y 2.486 conviven con ese peligro por proyectos relacionados directa o indirectamente con los Juegos. Comunidades históricas como Favela do Sambódromo, Vila das Torres, Largo do Campinho, Restinga... han sido completamente removidas. Otras como la Vila União de Curicica o la pequeña Metrô-Mangueira —esta última a espaldas del gigantesco Estadio de Maracanã— están siendo poco a poco mermadas.

¿Juegos Olímpicos para quién?

Ni el virus del Zika, ni la fuerte crisis económica que asola el país, ni el golpe político contra la presiente electa Dilma Rousseff han sido lo suficiente convincentes como para alterar la fecha de esta cita mundial con el deporte. Tras una inversión que supera los 38.000 millones de reales (cerca de 10.000 millones de euros) las zonas oeste y centro de Rio, principalmente, son hoy un hervidero de obras; con algunas funcionando 24 horas al día, siete días por semana. Todo debe estar listo el próximo día 5 de agosto, pistoletazo de una fiesta deportiva de la que no todos van a poder disfrutar.

“Yo soy vecina del Parque Olímpico, ¿pero acaso voy a tener dinero para comprar una entrada y participar de las Olimpiadas? No, las Olimpiadas no son para mí sino para una minoría —reconoce María da Penha quien ha trabajado como limpiadora por varios años— además, en mi caso fue peor porque en su nombre destruyeron mi historia, mi comunidad y la casa de mis sueños”. El valor actual del salario mínimo en Brasil se establece en 880 reales (unos 225 euros) mientras que una entrada olímpica con precio popular ronda los 70 reales (entorno a los 18 euros).

“No soy en contra de las Olimpiadas, sí en contra de utilizar un megaevento para hacer higienización social; para excluir y empeorar la vida de las personas que ya viven en una precariedad inmensa lo que, por otro lado, ya es práctica común por donde sea que los Juegos pasan”, matiza Nathalia. Barrios como Barra da Tijuca o Recreio dos Bandeirantes han sido los más perjudicados por su alta revalorización inmobiliaria y el deseo de edificar apartamentos de clase media. “Hay que acabar con esa podredumbre por detrás de los Juegos”, añade contundente.

Además, son muchos los vecinos de esta favela que se quejan también del escaso 'legado social' que este tipo de eventos retornan una vez que se acaban. Por ejemplo, en el Parque Olímpico se encuentran el Centro Acuático María Lenk o el gimnasio Rio Arena, ambos herencia de los Juegos Panamericanos 2007. “Pero no hay un solo niño de los nuestros que vaya a nadar allí”, se lamenta Dalva Chrispino. “¿Del Panamericano hasta el día de hoy cuántos atletas podrían haber formado para competir en las Olimpiadas?”, se pregunta sagaz su hijo Dilso de Oliveira.

En general, estas instalaciones son reservadas para eventos puntuales como espectáculos o competiciones. “Ya que se hacen conciertos, ¿por qué no también otro tipo de actividades culturales sin cifras astronómicas? El pueblo, que es quien vota, también merece cultura”, insiste un hastiado Dilso. Los griegos siempre entendieron los Juegos Olímpicos como un periodo de paz. Bajo ninguna circunstancia podían iniciarse conflictos bélicos y los que estaban en curso debían ser interrumpidos. Se buscaba la armonía de todos, locales y extranjeros. A día de hoy, esa tregua sagrada conocida como Ekecheiri no parece más que un antiguo mito griego.

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