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Culto al cuerpo, retrato de una obsesión

Ximena Garrigues y Sergio Moya

EL CENTRO de su vida es un gimnasio. De tal forma que algunos hasta sacrifican sus relaciones personales por una carrera interminable en busca de un músculo cada vez más voluminoso. Y nunca tienen suficiente. Los más temerarios recurren al mercado negro, accesible en la Red, para hacerse con anabolizantes de origen incierto o con inyecciones de hormona del crecimiento. Al final su cuerpo se resiente del castigo: músculos hipertrofiados hasta la exageración, retorno del acné, ginecomastia (crecimiento irregular del pezón), sudoraciones excesivas, alteraciones bruscas del carácter y, en los casos más graves, complicaciones hepáticas o disfunción eréctil, entre otras dolencias.

“El cuerpo necesita tiempo para generar masa muscular. El problema de hoy es la inmediatez. Hay gente que hasta se aísla de su pareja y amigos”.

La obsesión por la imagen corporal se ha convertido en uno de los distintivos de las sociedades desarrolladas, en las que un físico esbelto y musculoso se asocia con el éxito y el atractivo sexual. Su resultado extremo es la vigorexia, el fanatismo por los músculos. Sus víctimas, personas que, “llevadas por el modelo social de culto al cuerpo, desarrollan tendencias obsesivo-compulsivas y adictivas, experiencias negativas con su propio físico y baja autoestima”, explica Luisa García Alonso, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. El perfil tipo del vigoréxico sería un hombre de entre 18 y 35 años. También hay casos de mujeres, aunque mucho más aislados. Faltan datos bien contrastados, pero la psicóloga calcula que un 35% de los habituales al gimnasio han caído en la adicción. Un estudio más completo realizado en Francia elevó ese número hasta el 42%.

La alimentación es un pilar básico para la construcción del músculo.

“Lo primero que recibe un vigoréxico es un refuerzo social: su entorno lo felicita por lo bien que se está poniendo”, explica Carlos Fanjul, profesor de la Universidad Jaume I de Castellón y autor del libro Vigorexia, una mirada desde la publicidad. Manu tiene 21 años y luce un cuerpo armónico y fibroso que cultiva con regularidad. Pero su musculatura no aumentaba tan rápido como él quería y en los meses previos al verano, para exhibirse en bañador, solía pincharse hormona del crecimiento que compraba a través de la Red, sin ninguna garantía sobre la composición de las sustancias. Lo hacía a escondidas, en su cuarto, sin que se enterase su madre. Hasta que un día, tras inyectarse en un glúteo, estuvo media hora tumbado inconsciente en el suelo. El susto le ha servido para dejar de jugársela con productos que a veces ni sabía a ciencia cierta lo que eran.

Los participantes de una exhibición de culturismo- amateur se preparan.

La eclosión del culto al cuerpo pétreo se vivió en los años ochenta, cuando la comunidad gay, azotada por el sida, empezó a frecuentar los gimnasios en un intento de ofrecer una imagen saludable del colectivo. Era la época en que los físicos acorazados de Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone se convirtieron en iconos mediáticos. Lo que empezó como una corriente homosexual se extendió por toda la sociedad. En el mundo gay se mantiene esa tribu de talibanes del músculo. En los meses anteriores a las fiestas del barrio madrileño de Chueca, en los vestuarios de muchos gimnasios se oyen conversaciones sobre cómo se hace un ciclo: ingesta de anabolizantes para lograr un cuerpo 10 a base de forzar el crecimiento de la musculatura brutal y rápidamente.

Los deportistas usan tintes bronceadores para realzar la musculatura.

Jorge –nombre ficticio, porque, como todos los consumidores de esteroides consultados, quiere proteger su anonimato– tiene 49 años, le excitan los hombres supercachas tipo Vin Diesel o Dwayne Johnson, conocido como The Rock, y aspira a tener un cuerpo como ellos. Un monitor de gimnasio le ha diseñado una dieta de seis ingestas diarias a base de mucha proteína y le ha vendido unos anabolizantes con un prospecto escrito en turco. Jorge, que conoce los efectos negativos, de momento no se ha atrevido a inyectárselos. Eso sí, lleva una dieta a rajatabla y se machaca a diario en el gimnasio siguiendo el mandamiento de su entrenador: “Para que crezca el músculo hay que sufrir”. El resultado, por ahora, es una tendinitis irrecuperable en un hombro. Aunque muestra una anatomía juvenil para su edad, no está conforme con su corpulencia, se siente infeliz y le tienta la llamada de las ampollas que descansan en el fondo de su nevera. “Las personas con vigorexia siguen unos ritos dietéticos muy singulares y a veces alterados. Son incapaces de verse suficientemente grandes y se obsesionan con el ejercicio y la alimentación para conseguir cada vez más musculatura”, comenta José Ignacio Baile, psicólogo de la Universidad a Distancia de Madrid e investigador de trastornos del comportamiento alimentario.

Descanso previo al desfile delante del jurado.

“El cuerpo necesita tiempo para generar masa muscu­lar, es un proceso lento, pero el problema de hoy es la inmediatez”, apunta Fernando López, entrenador personal de 4cuerpos.com, una página web sobre preparación física. “Ves casos de obsesión. Hay gente que hasta se aísla de su pareja y de sus amigos. Es un problema grave porque falta información real, el 80% de lo que se encuentra en Internet es falso o erróneo”.

No todos son excesos, por supuesto, y hay muchos practicantes de musculación que reivindican sus efectos saludables. Daniel Stella, un madrileño de 25 años que trabaja como cajero en una franquicia de ropa y es aficionado a levantar pesas, asegura que siempre ha rechazado los anabolizantes cuando se los han ofrecido: “Sé que hay gente en este mundillo que los consume, pero yo prefiero trabajar duro en el gimnasio y llevar una dieta saludable”. Alentado por su familia, Daniel ha participado en cinco campeonatos de culturismo aficionado, una disciplina que intenta quitarse el sambenito de deporte extraño y minoritario: “No somos frikis; al contrario, somos gente deportista que hace un gran esfuerzo y sacrificio”, proclama Iliyan, un búlgaro de 29 años que quedó tercero en la categoría Men’s Physique del campeonato Cervantes 2016.

Exhibición de culturismo celebrada en Alcalá de Henares (Madrid).pulsa en la fotoExhibición de culturismo celebrada en Alcalá de Henares (Madrid).

Hay voces que defienden el uso de determinadas sustancias si se hace de forma responsable y bajo control. Como Desiree Gazmira, que compitió hace años en culturismo femenino: “Debería estar controlado por médicos y farmacéuticos. El problema es el que busca caminos cortos y no actúa con responsabilidad. Esa gente da mala fama al mundillo. Existe, pero no forma parte de esto”.

Del mismo criterio es Miguel Ángel Peraita, especialista en medicina biológica que pasa consulta en un gran club deportivo de Madrid. Peraita subraya que puede resultar más perniciosa una alimentación inadecuada que el uso de anabolizantes de forma controlada, “con analíticas previas y objetivos vigilados por el médico”. “La diferencia entre un medicamento y un veneno es la dosis”, sentencia. Siempre que no se caiga en manos inexpertas, el modelado del cuerpo no tiene por qué acarrear consecuencias negativas, defiende este médico. Y lo compara con la cirugía estética: “Tan lícito es ganar musculatura como ponerse pechos”.

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