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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ochenta años de convalecencia histórica

Invocar hoy el miedo a otro golpe es inútil; el volumen de renta per capita lo impide

Jesús Mota
Cartel de Fernando Vicente sobre la Guerra Civil
Cartel de Fernando Vicente sobre la Guerra Civil

Ochenta años después, la Guerra Civil española (1936-1939) sigue siendo un reñidero (homenaje a The Spanish Cockpit de Frank Borkenau) donde se dirimen prejuicios esencialistas y se litiga por esculpir la verdad histórica; todavía se trabaja por lo que los comunicólogos y los analistas políticos del pan pringado llaman el relato. He aquí algunas conclusiones breves para consumo (digesto o indigesto) de revisionistas desvergonzados y partidos políticos alérgicos (¿por que será?) a condenar en sus debidos términos la rebelión militar de 1936. A saber:

1. El 18 de julio fue un golpe de Estado militar contra una democracia legalmente constituida; la gravedad de las tensiones políticas y sociales en el régimen republicano no justifica una asonada militar; tampoco fue una noble reacción militar contra una supuesta revolución marxista en ciernes ni una respuesta doliente a la descomposición de España.

2. No cabe equidistancia a la hora de juzgar el comportamiento de ambos bandos; quienes sostengan ahora que tanta culpa tuvieron los unos como los otros, o equiparen los episodios de violencia en las retaguardias, olvidan la evidencia, demostrada ad nauseam por los historiadores, de que el objetivo político del bando sublevado fue vencer por el terror aplicado sistemáticamente sobre la población vencida.

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3. La Guerra Civil concluyó formalmente en abril de 1939; pero la victoria resultó tan terrible para los vencidos como la propia guerra, y sus efectos represivos solo fueron mitigándose a partir de los años cincuenta; efectos que no han sido depurados política y judicialmente (ni, probablemente, lo serán jamás).

4. La Guerra Civil no fue una consecuenta de la agitación —a la postre, fatal— entre los totalitarismos europeos. Concluir tal cosa implicaría reducir la responsabilidad de grupos conocidos de la sociedad española, desde los militares africanistas hasta la Iglesia de la época o los damnificados (financieros, latifundistas) por las reformas de la República, algunos de los cuales financiaron el golpe.

5. Después de la II Guerra Mundial comenzó en Europa un periodo difícil, pero esperanzado; después de la Guerra Civil la sociedad española inició una travesía desgarrada, parafascista en sus inicios (pues sí, el Caudillo estaba por encima de la ley, como sucedía en la Alemania hitleriana con el Führerprinzip) y de sumisión a los caprichos de las élites (por decir algo) franquistas durante 40 años .

6. Invocar el miedo a otro golpe hoy es inútil; el volumen de renta per capita lo impide.

La Guerra Civil es una cesura abierta brutalmente en la sociedad española que hoy debería estar cerrada; pero no lo está. La ley de memoria histórica intentó suturarla, con poco éxito; para una parte del espectro político (derecha), el que los descendientes de los fusilados en masa sobre las cunetas y descampados reclamen un funeral para los exterminados provoca la resurrección de los fantasmas del pasado; nadie se acordó de ectoplasmas cuando durante cuarenta años se impusieron sobre mármol y vocearon por las calles los nombres de los muertos propios. Quizá el 18 de julio de 2036 la fisura esté, por fin, cicatrizada. Oremus.

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