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La diferencia está en cuatro segundos

El valor del tiempo.
El valor del tiempo.ilustración de sonia pulido

En la página del Comisariado Europeo del Automóvil (CEA) nos recuerdan que “todo vehículo que circule detrás de otro habrá de hacerlo a una distancia que le permita detenerse en caso de frenazo brusco, sin colisionar con él, teniendo en cuenta especialmente la velocidad, las condiciones de frenado y adherencia”. Lo que significa que si queremos tener el tiempo suficiente como para ser capaces de frenar, debemos dejar, aproximadamente, cuatro segundos de margen como mínimo, y a más velocidad mayor deberá ser el tiempo. De este modo podremos reaccionar a tiempo, tomar el control de la situación y que la situación no nos controle a nosotros.

Sí, tal vez cuatro segundos parezcan pocos, pero en determinadas situaciones pueden marcar la diferencia entre un choque o solo un susto. Pero además, según aseguran los últimos estudios, estos cuatro segundos también valen para conducirnos en nuestra vida. Este pequeño lapso de tiempo puede darnos el espacio suficiente como para detenernos y comprobar si lo estamos haciendo bien o no. Si es éste el camino que queremos tomar o nos estamos precipitando por culpa de no pensar. En cuatro segundos podremos darnos cuenta de si nos estamos dejando llevar por una reacción inconsciente o realmente estamos actuando acorde a nuestros planes, objetivos, valores y principios.

De este tesoro de tiempo, al alcance de todos, es de lo que nos habla Peter Bregman en su famoso libro 4 segundos. Bregman lo resume asegurando que: “El secreto para tomar buenas decisiones que simplifiquen tu vida es respirar profundamente durante cuatro segundos antes de actuar. Puede sonar muy simple, pero se ha demostrado que esa pausa es todo el tiempo que se necesita para controlar los impulsos y tomar la decisión más inteligente y racional”.

Un poco de tiempo en tiempos acelerados

El problema no es que los tiempos se hayan acelerado, sino que nosotros también y, además, sin ser conscientes de ello. Apresurados, no nos damos ni una pausa, por pequeña que sea. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que muchos ni lo echamos en falta. En la sociedad del cansancio, tal y como la describe el filósofo Byung-Chul Han, el ser humano se ha convertido en una máquina de rendimiento. Todos acelerados. Todos histéricos. Produciendo, produciendo y produciendo. Da igual el qué, pero rápido. La acción se ha convertido en una reacción. Y las reacciones salen sin pensar, como cuando nos golpean la rodilla en la revisión médica. Y así, a patadas irreflexivas, nos encontramos con problemas que, de haberlo pensado un poco más, no tendríamos. Que si una mala palabra, un no prestar atención a esa amiga o esa cosa que hemos comprado y que en absoluto queríamos. Pero además, nuestras reacciones también van en contra de nosotros, o de lo que es peor, de nuestros objetivos e intenciones. Peter Bregman pone un claro ejemplo: “Cuando nos sentimos abrumados y estresados por nuestra creciente lista de tareas pendientes, nuestra reacción instintiva es trabajar más horas y acumular más y más horas de trabajo. Nuestra intención es reducir nuestro estrés y sobrecarga. Pero nuestras acciones tienen el efecto contrario: terminamos más estresados y más sobrecargados”. En un acto reflejo queremos solucionar las cosas, pero lo que hacemos es empeorarlas, sin que nos demos cuenta de ello. La regla de los cuatro segundos nos invita a tener ese tiempo en un mínimo proceso que mejora y nos fortalece con la repetición:

Detenernos. Una pausa. Un instante para retomar el control consciente. Para ello debemos ser capaces de estar atentos y detectar que esa situación en concreto va a requerir que usemos la regla de los cuatro segundos. Ese momento en el que nos vemos sobrepasados de trabajo, esa conversación que se presupone importante para la otra persona, o ese abrir la nevera impulsivamente como si no fuésemos dueños de nuestras manos. Da igual el qué, se trata de ser conscientes de que ahí no estamos pensando.

Respirar profundamente. Una vez detectado, debemos respirar. Profundamente, dejando que el aire entre por la nariz y salga por la boca. Debemos llenarnos de abajo hacia arriba, expulsando el aire de arriba hacia abajo, como si el aire fuera agua y nosotros fuésemos un vaso.

Evaluar. Ahora es el momento de valorar si la respuesta que casi nos sale por la boca es la más adecuada, por ejemplo. Si estamos dispuestos a asumir las consecuencias y si lo que estamos a punto de hacer está alineado con nuestros objetivos, con aquello que nos hemos propuesto al empezar el día.

Actuar… o no. Porque tal vez, una vez recuperado el control de lo que está sucediendo, decidimos callarnos. O no empezar a contestar los correos electrónicos y terminar lo que estábamos haciendo. O tal vez, decidimos prestar toda la atención a nuestra pareja. Sea como sea, decidamos actuar o no, lo haremos plenamente conscientes. De la reacción pasamos a la acción.

'Mindfulness' de bolsillo

A todos nos gustaría meditar una hora al día, hacer ejercicio otra hora, dormir ocho, pasar tiempo con la familia y con los amigos, dedicar tiempo a nuestras aficiones, comer cinco piezas de fruta y verdura y beber un litro y medio de agua. Pero muchos no sabemos ni cómo ni de donde sacar tiempo para todo. Tal vez por eso se está poniendo de moda lo que se denomina el mini-mindfulness. Experiencias de atención plena que podemos hacer en cualquier lugar, que no requieren de demasiado tiempo ni grandes preparativos y que nos sirven para bajar el ritmo, celebrar nuestro entorno, estar más conectados con nosotros mismos y nuestro potencial creativo. En el fondo, la regla de los cuatro segundos, más allá de sus beneficios prácticos, es un primer ejercicio de mindfulness de bolsillo, de pequeña experiencia de consciencia,  de estar presentes en el aquí y ahora. Y, como todo, la capacidad de estar presentes se entrena. Podemos empezar con estos:

1. Mirada consciente. Se trata de seleccionar un elemento natural, como una flor, la copa de un árbol o una nube, por ejemplo, y detenernos durante dos minutos a observarlo con detalle. Sumergirnos en su armonía. Dejarnos llevar por su textura, su movimiento o su quietud, sus colores, sus sombras. Su luz. Al centrar nuestra atención entraremos en relación con nuestro entorno y con nosotros mismos, dando espacio a la serenidad de estar atentos a lo que nos rodea.

2. Escucha activa. Escojamos una conversación cualquiera, o una charla a la que asistimos de oyente o, también, un diálogo ajeno en el metro. Lo que sea. Lo importante es activar la escucha activa, y para ello deberemos fijarnos en el tono de voz, en el lenguaje corporal, o dejarnos llevar por las inflexiones del discurso. Sus pausas y silencios. Escuchemos con toda nuestra atención y descubramos qué nos provoca esa voz, esas palabras, esa manera de decir.

3. Acciones repetidas. En nuestro día a día realizamos una multitud de acciones de forma mecánica e irreflexiva. Por ejemplo, abrir una puerta. Un gesto insignificante que puede servirnos para activar el mini-mindfulness. Démonos cuenta de esa acción. Sintamos el pomo. De qué material está hecho, qué sentimos al activar el mecanismo, al empujar la puerta, al sentir que tenemos el camino abierto, sin obstáculos.

4. Gratitud Consciente. Al levantarnos mañana, o ahora mismo, por qué no, decidamos encontrar tres cosas aparentemente insignificantes y que deberíamos agradecer. El desayuno. Poder leer el periódico. Que funcione el ascensor… Lo que sea, pero activemos nuestra gratitud consciente. Si los anteriores ejercicios nos conectan con el entorno, éste también nos conecta con nosotros mismos, con la alegría de que, simplemente, hoy es hoy.

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