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Hablar en plata y hablar en oro

El neurocientífico David Snowdon se inició en la investigación del lenguaje positivo a partir de un estudio realizado a monjas de Minnesota.
El neurocientífico David Snowdon se inició en la investigación del lenguaje positivo a partir de un estudio realizado a monjas de Minnesota. Burt Glinn

S i empleas un lenguaje positivo, vivirás más años y podrás alcanzar metas que otros, en las mismas circunstancias, no serían capaces de lograr”. Esta afirmación, con aroma de charlatanería, está comenzando a ser ciencia pura gracias a investigadores que indagan en los mecanismos con los que el cerebro procesa las palabras que decimos y que escuchamos.

En 2002, David Snowdon publicó 678 monjas y un científico (Planeta), en el que exponía las conclusiones a las que había llegado en la comunidad religiosa de las Hermanas de Notre Dame, en Minnesota. Las examinó en busca de las causas del alzhéimer, pero durante la investigación descubrió otras cosas fascinantes: las monjas con un nivel de estudios mayor corrían menos riesgo de morir antes que el resto.

De esas religiosas, 180 habían escrito un texto autobiográfico y una carta exponiendo sus motivos para tomar los hábitos. Su análisis ofreció a Snowdon otra revelación: las monjas que expresaban emociones positivas vivieron una media de siete años más que las que empleaban un lenguaje más neutro o indiferente. Palabras como feliz, enérgico, orgullo o reír nos alargan la vida y nos ayudan a conseguir lo que deseamos; miedo, asco o vergüenza la acortan y bloquean el éxito personal.

El filósofo Luis Castellanos y su equipo de El Jardín de Junio llevan años trabajando con estas premisas. Sostienen que aprendiendo a identificar las palabras que activan positivamente nuestro cerebro tenemos más posibilidades de triunfar. “Hemos demostrado científicamente que expresiones como ‘confía en ti’ o ‘genial’ son capaces de influir en nuestro cerebro y conseguir que reaccione más rápidamente y aumente sus recursos. Debemos tener cuidado con lo que nos decimos a nosotros y a los demás, porque las palabras producen resultados y cambian nuestra percepción y comportamiento”.

Castellanos trabaja a diario con ingenieros, deportistas o directivos de cualquier edad y temperamento. Todos tienen un proyecto por cumplir y desean forjar un cambio en su conducta para lograrlo. Empleando instrumentos que miden las reacciones del cerebro, Castellanos los ayuda, primero, a tomar conciencia del lenguaje que usan y, más tarde, a modificarlo para que tenga la expresividad positiva que se pretende. Cada cual tiene sus propias palabras mágicas: unos se activan con términos convencionalmente positivos –anhelo, entusiasta– y otros con vocablos malsonantes o expresiones extrañas. Por ejemplo, en La ciencia del lenguaje positivo (Paidós), Castellanos cuenta el caso del doctor Javier Padillo, que tuvo que realizar un trasplante de órganos en unas circunstancias imprevistas, según su testimonio, las palabras “al abordaje” tuvieron para él la capacidad de salvar vidas.

El filósofo cree que los mapas lingüísticos del cerebro que están realizando en algunas universidades estadounidenses y el avance tecnológico depararán un progreso vertiginoso en este campo: “En pocos años se aplicarán estos conocimientos para crear tecnología que todos usaremos de manera fácil, con sensores que medirán nuestro estado emocional y nos alertarán, por ejemplo, de si es el adecuado para pilotar un avión o participar en la final de la Champions”. El futuro, parece, está más cerca.

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