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Miquel Liso, el artista de la Fórmula 1

El fotógrafo catalán posa en el apartamento donde vive junto a su colección de cochecitos.
Oriol Puigdemont

EL PILOTO alemán Nico Rosberg recibió hace diez días, en su casa de Montecarlo (Mónaco), un pedido que ansiaba desde hace tiempo: tres obras de arte realizadas por Miquel Liso, un exempleado del concesionario Fiat de Manresa que ha seducido con sus fotos a muchos corredores de fórmula 1. Su nuevo proyecto, expuesto a escasos metros de la cabina desde donde el príncipe Alberto y su familia disfrutan cada año del Gran Premio de Mónaco, cuya última edición se celebró hace unos días, ha revolucionado un certamen cada vez más maniatado por las restricciones. Las fotos de Liso son una bocanada de aire fresco. Medio paddock va detrás de ellas, por más que estas escenas de metro y medio de largo por uno de alto no están al alcance de cualquiera: cada imagen forma parte de una serie limitada de 10 unidades y cuesta 6.000 euros. “Lo hago como lo he hecho todo siempre, a base de buscar lo que se sale de la norma”, afirma este catalán de 46 años que se ha convertido en uno de los proveedores estrella de algunas de las multinacionales más influyentes del deporte. La pasión es su combustible.

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Foto del artista Miquel Liso en el circuito de Jerez en 2014 y los pases que ha tenido en los Grandes Premios enmarcados. / PAOLA DE GRENET

Pero volvamos por un momento a la Fiat de Manresa. Micky, como le llaman sus amigos, aterrizó allí en 1991, justo después de hacer la mili en Tremp (Lleida) y gracias a Xavi y Jordi, dos de sus tres hermanos, que ya trabajaban en el concesionario. Siempre se encontró a gusto entre coches. De vez en cuando le permitían escaparse a las carreras del campeonato del mundo de ralis. “Iba como un aficionado, ¿y qué hace la gente? Pues fotos”, recuerda Liso, que estuvo así siete años, hasta que un día decidió hacer una apuesta que terminaría por cambiarle la vida: “Me la jugué y me fui al banco a pedir un crédito de cinco millones de pesetas para cubrir un año entero el Mundial”.

Primera carrera del año 1998, en Montecarlo. Allí estaba Miquel con sus cámaras, pero sin clientes a quienes venderles sus fotos. Y en la segunda, en Suecia, más de lo mismo. Fue a la tercera, en Kenia, escenario del Rally Safari, donde su sola presencia llamó la atención de los responsables del equipo Seat Sport: “Alucinaron al verme. Solo me había comprado el billete de avión, no tenía ni hotel ni coche. Así que entre todos me echaron un cable. Uno me metió en su coche y el otro me hizo un hueco en su habitación”. Quien habla a continuación es Jaime Puig, que en aquella época ya era el director de la división de competición de la marca de Marto­rell: “Le pedimos que hiciera algo distinto, que se saliera un poco de lo convencional, del coche y el típico disparo para que se vean los patrocinadores. Lo captó a la primera. A partir de entonces empezamos a trabajar juntos”.

El fotógrafo catalán muestra sus obras en el estudio donde trabaja.

Ese “empezamos” es ahora una relación de casi 20 años que ha pasado por distintas fases y escenarios, desde los mencionados ralis, pasando por el Mundial de Turismos, y ya después, a los coches de calle. Liso se encarga hoy de la vertiente fotográfica de los nuevos modelos de la firma. Por la mirilla de su Nikon han pasado antes que por ninguna otra los Ibiza, León o Ateca, el primer todoterreno de la compañía, que acaba de salir al mercado. Entre sesión y presentación, el fotógrafo se ha ido escapando los últimos tres años a las carreras de fórmula 1 para darle forma a su gran obra, Slow Speed in Racing (baja velocidad en carreras), una selección de 100 fotos de un total de un millón. El resultado es fruto de una técnica que ha ido depurando con el paso del tiempo y que convierte las fotos en dibujos. “Los demás fotógrafos, cuando me ven moviendo la cámara en círculos, se creen que me he vuelto majareta”. Su casa es más bien un museo, con partes de alerones de Red Bull, Ferrari, Mercedes, y hasta uno que perteneció a un Williams de Alain Prost.

Eso es lo único que puede hacer que Liso se olvide de la cámara. “Cuando estoy en la pista, veo un accidente y hay piezas cerca, se me para el contador de la cabeza. Entonces lo dejo todo y trato de llevarme lo que puedo. Si hace falta pagarle algo al comisario de turno, siempre llevo dinero encima para eso”, bromea. Así consiguió una de las joyas de su colección, una de las aletas delanteras del Mercedes de Rosberg, el mismo que ahora expone sus obras de arte en el comedor de casa.

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