¿Era esto?
ESTOS cráneos tienen 31.000 años, pero parecen de ayer. Todos los cráneos poseen, para el profano al menos, un aire prehistórico. Por dentro, excepto si disfrutamos de una prótesis de titanio, seguimos perteneciendo al paleolítico. Nos referimos a las partes duras, claro, a los huesos. Resulta muy aventurado hablar del hígado de entonces, aunque el hardware nos permita especular sobre el software. Cuando los antropólogos de los próximos milenios estudien nuestros ordenadores, de los que el tiempo habrá borrado sus programas, ¿qué dirán? Quizá que tuvieron un alma que daba sentido a esa estructura tan tosca, pues incluso el diseño más sofisticado de Apple contrasta, por su materialidad, con la sutileza incorpórea de un procesador de textos.
Nuestros esqueletos son decepcionantes. Entiéndaseme: funcionan, siguen funcionando con un cambio aquí y otro allá, a la perfección, y son muy ingeniosos, tanto como el mecanismo de la cisterna del retrete. Pero cuando abres la tapadera para arreglar una fuga, casi no te lo crees. ¿Era esto? ¿Una boya flotante que asciende con el agua y que cierra el grifo al alcanzar el nivel previsto? Sí, solo era eso. Pero en “solo eso” latía un ingenio vibrante como late la mirada en las cuencas vulgares de la calavera o tiemblan los labios sobre la grosera superficie de las mandíbulas. ¿Era esto? Hemos inventado resinas artificiales que compiten en elasticidad y belleza con las de la naturaleza y cremas que convierten en papel de seda el cutis más ingrato, pero nuestra osamenta es igual a la de los hombres de ayer. ¡Qué raro!
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