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Columna
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A José Monge

MI QUERIDO José, Camarón está muerto. Yo casi. El tiempo va recordándome que he tenido amigos inmortales. El primero, sin duda, tú. Te conocí cuando tenías 13 años y te buscabas la vida en la Venta de Vargas. Al verte tuve la sensación de haber conectado con un ser especial de esos que, como dicen de Federico García Lorca, vienen rodeados de un aura mágica.

Podría ponerme nostálgico si no supiese que la nostalgia es la esperanza al revés. Y tú, José, como los inmortales, estás destinado a llenar la vida de esperanza.

Hace poco, durante una de esas tertulias que los aficionados hacemos por universidades, instituciones o peñas flamencas, me plantearon una pregunta complicada: cómo tú, después de haber grabado nueve discos de flamenco clásico acompañado nada menos que por Paco de Lucía, habías grabado un álbum tan raro como La leyenda del tiempo.

De pronto vinieron a mi mente los viajes en coche que hicimos en los setenta. Los festivales, los hoteles, los encuentros con Rockberto de Tabletóm, con Silvio y, sobre todo, con ese pastor del rebaño llamado Juan El Camas.

Después de meditarlo respondí que la explicación tenía solo tres letras: LSD. Decir esto en una reunión de biempensantes aficionados tenía su cuota de riesgo que suplí, creo que airosamente, contando la aventura de tu vida y tu relación con esas sustancias naturales que llamamos drogas.

Cuando compartíamos techo en Madrid, solo bebías güisqui. Ganabas 2.000 pesetas diarias cantando en Torres Bermejas y al salir repartías parte de tu sueldo con los flamenquitos que no habían tenido suerte. Después fueron llegando todas las drogas para el cuerpo, para el cansancio o la desesperación, como la cocaína y la heroína, estigmatizadas por el comercio ilegal, la adulteración y la marginalidad.

Y aparecieron las drogas para la cabeza como el LSD o la mezcalina, que estaban fuera de los circuitos comerciales y marginales porque sus efectos incidían en la creatividad, el amor libre, el desprecio a la guerra y al capitalismo salvaje y a la necesidad de vivir acorde con la naturaleza: sex, drugs & rock & roll.

Con La leyenda del tiempo iniciaste un lenguaje nuevo para el flamenco del siglo XXI. Cuando te viniste a Sevilla para preparar el disco, ya teníamos tres bases militares americanas y por allí se coló la revolución californiana, con su literatura, su poesía, su música y su LSD. Te sorprendió que la tradicional Sevilla se hubiese convertido en una ciudad extraña, llena de melenudos y hippies. Y en esa marmita de creatividad y desinhibición cayó José Monge, Camarón de la Isla, que perdió hasta el apellido.

Para terminar quiero decirte que jamás te vi tan feliz, tan alejado de las drogas duras y tan integrado como en aquel proyecto que Tomatito bautizó como “de una panda de locos”.

La leyenda del tiempo bajó la venta de tus discos y tuvo la peor acogida de los medios de comunicación. También el rechazo inmediato de los gitanos fue tan unánime que un día me dijiste con esa sonrisa pícara gaditana: “Ricardo, el próximo disco, de guitarritas y palmas”. En el fondo los dos sabíamos que La leyenda entraría en la historia del flamenco.

Te preguntarás dónde está el flamenco del siglo XXI, y no tengo más remedio que confirmar la profecía de don Antonio Mairena: “Todo lo que el flamenco gana en extensión lo pierde en profundidad”. José, hoy solo nos queda el consuelo del espectáculo. Tú pagas tu butaca y, sobre el escenario, podrás disfrutar, casi siempre, de la epidermis del flamenco.

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