Champán y corrillos en L.A.
EN LA ciudad del sol perenne, el día cae extrañamente encapotado. Pasan las 18.30 de un jueves cualquiera y la calle, la opulenta Rodeo Drive, ve desfilar un trasiego de compradores y turistas. Sus pasos se entremezclan con el suave rumor de los coches de lujo que van aparcando frente a la fachada del nuevo aterrizaje al exclusivo listado de boutiques. Los diligentes valets se apresuran a abrir las puertas y las celebrities van haciendo acto de presencia. La única cámara que recoge el instante es la contratada por la firma para este evento de inauguración de su nueva tienda. Ni un paparazi, ni tan siquiera algún curioso, se asoma a la nueva sede de la maison Bottega Veneta, en la que, uniformadas con los discretos vestidos de su última colección, conversan y sorben champán Andie MacDowell, Minnie Driver, Maggie Gyllenhaal, January Jones o Selma Blair, por nombrar una selección parcial de las famosas (sí, casi todas mujeres) allí congregadas.
Cuentan los locales que por esta zona se tiene muy controlado el tema: no hay lugar para visitas inoportunas. Tras hora y media de sonrisas, la comitiva se desplaza al restaurante del hotel Sunset Tower, histórica posada de estrellas como Frank Sinatra. De Beverly Hills al menos reservado West Hollywood. Aquí, el responsable de contener las ansias de chismorreo es Dimitri Dimitrov, maître d’ que regenta con absoluta discreción el tibiamente iluminado local desde hace más de un cuarto de siglo. Agasaja a propios y extraños con idéntica amabilidad, caracterizado con un look impecable y un notable acento del Este. Es el hombre que escucha pero nunca desvela. Esta noche, entre lo que pudo oír despuntan charlas distendidas y en buena parte insustanciales. También unas cuantas presentaciones, porque, parece, la popularidad no exime de la cortesía de aclarar el nombre que se lleva.
Entre cócteles, cigarrillos en la terraza y una opípara cena, se va revelando que lo que para un mortal se presentaría como una velada excepcional, para unos cuantos no es más que otra jornada laboral. Allá se incorpora tardía Kate Beckinsale. Aquí aparece Teresa Palmer, saliendo del baño contiguo. Algunas se ven naturalmente lozanas. Otras muestran, pese a los casi seguros retoques, los signos del paso del tiempo. (Prácticamente) todas, con cada vez menos ganas de mantener la compostura. Gesticulan a un ritmo decadente, sucumben a la horizontalidad. Son las 22.30 y toca a su fin un jueves de mayo cualquiera; nuevas aventuras aguardan en la fábrica de los sueños.
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