Montserrat Tresserras, un delfín de distancias largas
El espíritu de las aguas libres brilla en la sonrisa de Montserrat Tresserras (Olot, 1930), la pionera nadadora de fondo española. Niña robusta, valiente y atrevida “como un chiquillo”, según los cronistas de la época, a los 6 años cayó por accidente en el río Fluvià mientras pescaba cangrejos. Fue su primer baño en aguas abiertas. A los 12 aprendió a nadar en la Costa Brava con la ayuda de un libro. A los 20, alentada por su hermano Joan, afrontó su primera carrera en el Fluvià. En la estela de su heroína Mercedes Gleitze –la primera persona en cruzar a nado el estrecho de Gibraltar, en 1928–, Tresserras afrontó la travesía La Escala-Rosas pensando en el Estrecho, y el Estrecho pensando en el canal de la Mancha.
En 1958, esta alma de delfín atravesó el canal y llegó la primera a pesar de no contar con el respaldo moral de sus dos compatriotas varones, el alicantino Luis Asensi, que tuvo que renunciar, y el asturiano José Vitos, que terminó tras ella. Nominada en tres ocasiones a mejor deportista del año, nunca ganó este galardón debido a las resistencias de la mentalidad de la época. Tresserras, imparable, cruzó lagos, ríos, estuarios, mares y océanos en Europa y América; atravesó el canal en ambas direcciones; recibió cientos de trofeos, premios y diplomas honoríficos. Fue la primera mujer miembro del International Marathon Swimming Hall of Fame. Hoy forma parte de su junta directiva y dos trofeos internacionales llevan su nombre.
Medalla y diploma que acreditan su travesía del canal.LUPE DE LA VALLINA
No hay fracasos en su vida, sino espuelas para volverlo a intentar. Uno de sus trofeos más queridos –un caballito de mar que cabalga sobre un coral de las islas Medes– conmemora un intento fallido. El desconocimiento de las corrientes la hizo desistir de la travesía Calpe-Ibiza cuando ya estaba en la costa de la isla balear. Nadó durante 55 horas.
Para afrontar sus hazañas, echaba cuentas. Los récords batidos, los kilómetros recorridos, el tiempo…, cualquier cálculo era válido para convertir una larga distancia en una mera suma de brazadas. También rememora que en un momento muy difícil en el canal de la Mancha la sostuvo el recuerdo de su madre rezando a la Virgen del Tura.
Durante el franquismo, el deporte otorgaba libertad y autonomía a las mujeres. Tener novio significaba entonces renunciar a la natación. “Era incompatible. Y yo quería vivir el presente”, afirma Tresserras. Pero contó con otros apoyos que no olvida: su familia, su equipo y su amiga Mary Casacuberta, que la apoyó en los muchos escollos económicos, sociales y administrativos de su camino líquido.
Su humildad contrasta con las hazañas que consiguió y con el prestigio del que gozan jóvenes nadadores que las emulan décadas más tarde con mejor entreno y más facilidades tecnológicas. Ella no ha hecho nunca concesiones. En sus recorridos acuáticos siempre prescindió de las cajas antitiburones. Las charlas con los pescadores del litoral le proporcionaron información suficiente para que, cuando se topó con una tintorera en aguas ibicencas, su reacción fuera sumergirse y admirar su elegante natación. Con estos antecedentes, no sorprende que no simpatice con el uso de trajes de neopreno porque aumentan la flotabilidad, la resistencia y el deslizamiento y restan méritos. “Si no pueden aguantar el frío sin neopreno, que se dediquen a otra cosa”, zanja.
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