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Columna
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La boca peligrosa de besar

Manuel Rivas

NO HAY nada que merezca la pena hasta que no veas que se aproxima y ronda a eso que deseas el peligroso adjetivo “peligroso”. Es un adjetivo que pone en vilo a los sustantivos y desequilibra a los verbos.

En el Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak, un libro bien peligroso, que inaugura un nuevo género donde el pensamiento narra y dibuja, se reproduce la imagen perturbadora que el escritor William Faulkner tenía de la ciencia: esa “boca peligrosa de besar”.

Al leerlo, los ojos, claro, se olvidan de la ciencia, hacen un alto en la lectura y se quedan con la boca. Esa boca inconfundible. Adolescente y eterna. La primera boca que de verdad deseaste besar. Ese lugar que te parecía inaccesible. Que merodeabas con la mirada vagabunda, la que disimula su obsesión. Estábamos allí, en el instituto, para aprender. Y de repente, todo lo que necesitabas saber estaba en esa boca. Lo clásico y lo moderno. La ecuación y el enigma. El concepto y la cosa en sí.

La boca peligrosa de besar lo contenía todo. La Historia. La Geografía. El Francés. Incluso la Religión. Había que saberse esas cosas: “Contra la pereza, diligencia”. ¡Qué bien sonaba “diligencia” en la boca peligrosa de besar! Parecía una consigna de la Teología de la Liberación. En realidad, lo que más contenía esa boca era aquello que nos era prohibido o sustraído. La sonrisa de esa boca era un gesto insurgente.

Todos los besos de la literatura, del cine, del arte, de la música te parecían simples ensayos del gran beso que un día te darías con la boca peligrosa de besar, en aquel tiempo trastornado donde el besar era un acto furtivo. Allí estaba la saudade de futuro de todos los besos. Si Alejandra Pizarnik cuenta cómo un día de 1963, ¡en Santiago!, encontró el “centro exacto del abandono”, justo lo contrario sería la boca peligrosa de besar, el centro exacto del rescate. Ese “cierto punto” que enloquecía a los surrealistas y donde lo comunicable y lo incomunicable dejarían de ser percibidos como contradictorios.

Cada vez estaba más cerca. Eso te parecía.

La vida dio un giro inesperado. Querías ser periodista, escritor, y alguien te abrió la puerta de un diario. Eras un chico de recados, un meritorio, no más. Pero ejercías cada noche el derecho a soñar. Siempre eras de los últimos en irte, con el periódico bajo el brazo. Oías en el sótano el arranque de la rotativa, la vibración del suelo, y era como sentir en las tripas la pulsación de una Fender Stratocaster. El periodismo era, sí, un cuento apasionante. Y allí encontraste, de verdad, la boca peligrosa de besar.

Volví a pensar en esa imagen, en la boca peligrosa de besar, durante un encuentro en Buenos Aires sobre la crisis del periodismo y sus alternativas. Habría que decirlo en plural: las crisis del periodismo. Hay crisis en muchos campos, pero parece que el periodismo las convoca todas. Hay días en que parece el “centro exacto del abandono”, y que la crisis es principalmente existencial, autodestructiva, y no solo tiene su causa en la incertidumbre tecnológica y la zozobra económica.

Al contrario de lo que enunció Kapuscinski (“Este oficio no es para cínicos”), tienes la impresión de que el cinismo toma posiciones e incluso es considerado una cualidad. Es una actitud que también impera en la política. En las encuestas de opinión en España queda situado en muy mal lugar el papel que hoy representan los periodistas. Pero, al mismo tiempo, la gente considera cada vez más necesario el periodismo entendido como el lugar de los porqués, un centro de rescate de la verdad. Al igual que las zonas sensibles que detectan los peligros para la naturaleza, el periodismo, en sus mejores momentos, es ese espacio ecológico que preserva el medio ambiente democrático. De ahí su fuerza y también su vulnerabilidad.

El periodismo vive y sufre su propio “cambio climático”. Con sus metamorfosis, saldrá adelante porque es necesario. Imprescindible. En ese encuentro en Buenos Aires, en la sede de Anfibia, una experiencia alternativa vinculada a la Universidad de San Martín, coincidíamos en que, frente a las sobreabundantes dosis cínicas, el periodismo exige un activismo del deseo. Alguien añadió: y un cierto peligro.

Otra vez la boca peligrosa de besar.

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