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CARTA DE EUROPA
Tribuna
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¿Es ‘Brexit’ tan peligroso?

Deberíamos empezar a preguntarnos en serio si nos sentimos verdaderamente europeos, si queremos seguir juntos y para qué

El líder del eurófobo Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), Nigel Farage.
El líder del eurófobo Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), Nigel Farage.FACUNDO ARRIZABALAGA (EFE)

Europa se encuentra en uno de los momentos más difíciles de su historia, pero de lo que está pendiente es del referéndum británico. Millones de inmigrantes se apiñan a nuestras puertas. Los países del Este se rebelan abiertamente contra Bruselas. Los partidos populistas y euroescépticos avanzan en todas partes. La libre circulación, en la práctica, está suspendida. El terrorismo llena de sangre nuestras calles. Tenemos las guerras de Ucrania, Siria y Libia ahí al lado. La UE contiene el aliento y espera a saber si los británicos desean quedarse o marcharse. Para retenerlos, ha hecho concesiones que minan nuestros principios y complican nuestro futuro.

Reino Unido es un gran país y su decisión de abandonar la UE podría tener consecuencias importantes. Pero la decisión corresponde a los súbditos de Su Majestad, y podemos hacer poco para influir en ella. Lo que sí afecta a los otros 440 millones de europeos es la calidad del debate que enmarca, a ambos lados del Canal de la Mancha, el referéndum.

Fuera de Gran Bretaña no existe debate propiamente dicho, y eso ya debería alarmarnos. Todos quieren que Londres permanezca en la Unión. Todos parecen convencidos de que la salida sería una catástrofe o, al menos, una grave bofetada a la unidad del continente. El hecho de que, en los últimos 43 años —desde que pisó Bruselas—, la diplomacia británica haya luchado siempre y con eficacia contra cualquier idea de profundizar la integración europea parece irrelevante.

Pero todavía más alarmante es el debate dentro de Reino Unido. El bando del Brexit, acertadamente, apela al principio de identidad para decir que los británicos no se sienten parte de la Europa unida. El bando contrario, en cambio, no utiliza más que argumentos utilitarios. En estos meses hemos visto análisis minuciosos para comprender si la salida de Gran Bretaña beneficiaría o perjudicaría a los agricultores británicos, los brokers británicos, los pescadores británicos, los jubilados británicos, la City, Escocia, el Ulster, la paz mundial e incluso el ISIS. Por desgracia, ha habido muy pocas voces que hayan dicho: queremos permanecer en Europa porque nos sentimos europeos y deseamos compartir el destino de nuestros conciudadanos europeos. Estas premisas son desastrosas. Si vence el no a la permanencia y Gran Bretaña se va, sería el triunfo de un noble impulso identitario contra un mero cálculo interesado. Si vence el sí, como parece probable, nos encontraríamos ante un matrimonio recompuesto por pura conveniencia y sin una pizca de amor, al menos por parte del cónyuge que se queda a regañadientes. Un matrimonio así, ¿qué futuro garantiza a la familia? Este es el problema que debe preocupar a todos los demás europeos. ¿Es posible, con una UE en las dramáticas condiciones actuales, seguir aplazando indefinidamente la cuestión identitaria? En Italia, donde el grado de confianza en la Unión es uno de los más bajos, este es un problema que cala especialmente. La polémica planteada por el primer ministro, Matteo Renzi, sobre la necesidad de que Europa recupere sus valores fundacionales, responde también a unas legítimas preocupaciones de política interna. Una UE reducida a un libro contable no puede conquistar el corazón de la gente.

Una de las causas por las que los partidos populistas y euroescépticos están ganando terreno es que hemos dejado de preguntarnos sobre los motivos para ser europeos. Por eso, muchos viven Europa, sobre todo en momentos de crisis económica, como una imposición de fuera, aceptada, en el mejor de los casos, por razones interesadas. Contra esta situación no basta con enumerar las ventajas. En el mejor caso, eso provoca la desaparición de cualquier principio de solidaridad. En el peor, una parálisis general y el rechazo al cambio, porque el statu quo parece el mal menor. Si los países del Este levantan muros y expulsan a los refugiados, si el chantaje turco nos empuja a mirar hacia otro lado ante las violaciones de derechos fundamentales, si se critica al BCE por desempeñar su misión, es evidente que no podemos seguir postergando el debate identitario, no solo en Gran Bretaña, sino en toda Europa. En espera de que Londres decida si le conviene quedarse en la UE, deberíamos empezar a preguntarnos en serio si nos sentimos verdaderamente europeos, si queremos seguir juntos y para qué. Tal vez no todos den una respuesta positiva. Pero los que lo hagan tendrán, por fin, una base común desde la que volver a empezar.

Andrea Bonanni es corresponsal senior para asuntos europeos de La Repubblica.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

© Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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