Calderilla
Al modo en que el 75% de la Tierra es agua, el 75% de la realidad humana es mentira. Pero no podemos ir de vacaciones a la mentira como vamos de vacaciones al mar porque los límites entre lo verdadero y lo falso se confunden. Viven mezclados como los elementos de una aleación. Así como al añadir al cobre un 15% de estaño obtenemos el bronce, un pequeño porcentaje de mentira, fundido con la verdad, da lugar a un material nuevo que no se parece a ninguno de sus componentes originales. Quizá haya en mí un 25% de verdad, pero de dónde rescatarla. No se encuentra en el hígado, ni en los pulmones, ni en el corazón; no en la dermis ni en la epidermis, no en los ojos. Tampoco en el cerebro, ni en la mente. Está disuelto por ahí, hinchando la mentira como un grano de levadura invisible hincha la masa.
El delirio es una de las formas de la mentira con un mayor porcentaje de verdad. Cuando en la soledad de nuestro asiento del autobús deliramos, es porque en nuestro interior se ha producido un deshielo causante de una crecida de la verdad líquida. A mayor cantidad de delirio —de mentira—, mayor aumento de la verdad. Somos auténticos en el delirio; él nos hace grandes, genuinos, poderosos. El problema es que no nos atrevemos a compartirlo. El delirio es la forma suprema de la verdad como el acero —otra aleación— es la forma suprema del hierro. Bien encauzado, es el puente que va del yo al tú, ahora mismo desconectados, o colocados juntos sin otro vínculo que el de la mera yuxtaposición. Vivimos yuxtapuestos cuando bastaría un pequeño porcentaje de ti en mí para que yo, blando como el cobre, me volviera sólido como el bronce. Pero preferimos la mentira pequeña al delirio grande, de ahí que no seamos más que calderilla.
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