Para vivir el miedo de una ciudad sitiada
La realidad virtual (VR), con la que los creadores sueñan desde los años treinta, ha irrumpido y su crecimiento es exponencial.


Una de las escenas más bellas de la versión de Drácula que rodó Francis Ford Coppola muestra al conde carpático visitando un cine, una de aquellas primeras proyecciones que tenían más de circo que de arte. La intención del director de El Padrino era subrayar la imposibilidad de coexistencia entre el monstruo inmortal, que pertenece a los terrores de otros tiempos, y los enormes avances técnicos de la revolución industrial. “Asombroso. La ciencia no tiene límites”, asegura el vampiro, interpretado por Gary Oldman. A lo que Mina, que encarna Winona Ryder, replica: “¿Cómo puede llamar a esto ciencia?”. Pero el conde tiene razón: la imagen y la ciencia, el progreso técnico, siempre han ido de la mano. Del cine mudo se pasó al sonoro, luego vinieron el tecnicolor, las tres dimensiones, los efectos especiales generados por ordenador que permiten que los actores compartan la pantalla con criaturas de todo tipo —solo con el tiempo hemos sido capaces de darnos cuenta de la revolución que representó Parque Jurásico—.Y lo mismo puede decirse de la televisión o de la infinita multiplicación de pantallas que nos han sumergido en un mundo de imágenes.
Resulta inútil resistirse. La famosa frase de Gloria Swanson en su papel de decadente estrella del cine mudo en El crepúsculo de los dioses sirve para ilustrar la imposibilidad de frenar esos gigantescos saltos: “Yo sigo siendo grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas”. Fernando Fernán Gómez contó algo parecido en El viaje a ninguna parte cuando los cómicos de la legua se topan con el cine ambulante en los pueblos de la España de la posguerra y comprenden que su mundo está a punto de desaparecer. Sin embargo, al final, ningún medio ha devorado a otro, al revés, se han ido complementando y añadiendo. Hasta han vuelto a rodarse películas mudas en blanco y negro.
El último invento abre infinitas posibilidades para retratar el mundo desde nuevos ángulos. La realidad virtual (VR), con la que los creadores llevan soñando desde los años treinta, ha irrumpido y su crecimiento es exponencial. Este diario ofreció el pasado fin de semana, acompañando a un reportaje en El País Semanal, un recorrido inmersivo por la zona de exclusión de Fukushima, cinco años después del accidente nuclear. Con unas gafas especiales, que cada vez serán más baratas y tendrán mayor difusión, se puede viajar a cualquier lugar y moverse dentro de esta realidad. Ya existen vídeos en VR del campo de refugiados de Calais o de Alepo en guerra. La experiencia es alucinante. Las grandes compañías tecnológicas, como Google, Facebook o Samsung, están apostando por las imágenes en 360 grados. Por ahora, sus aplicaciones han sido más rompedoras en el campo de la información que en el del entretenimiento. Ya es posible sentir lo que significa visitar una zona asolada por la radiación o compartir por unos instantes el miedo que se siente en una ciudad asediada cuando se escuchan explosiones en la cercanía. Sencillamente, como diría nuestro viejo amigo balcánico, la ciencia no conoce límites. Y esto no ha hecho más que empezar.
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