El poder de votar
Una caída de la participación daría la razón a los agoreros y a los crispadores
Más allá de las disquisiciones bizantinas sobre si las urnas del 26 de junio son una repetición del 20-D o unas elecciones anticipadas, ahora hay que seguir la lógica democrática y hacer lo que aconseja el interés colectivo: acabar con el efecto desmoralizador al que induce el bloqueo político sufrido y confiar en el poder sobre el que se basa toda democracia, que es el de votar.
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Resulta revelador que prácticamente ocho de cada 10 ciudadanos digan que volverían a depositar la misma papeleta en la urna si hubieran conocido con antelación los resultados del 20-D, de acuerdo con el barómetro de primavera del CIS. Ese estudio, aunque basado en un trabajo de campo ya antiguo (enero-marzo), se complementa con otro más reciente de Metroscopia, según el cual una amplia mayoría (dos de cada tres) prefiere el pluripartidismo y son minoría los que desean volver a la estructura básica de dos grandes partidos. El nuevo marco político ha llegado para quedarse, de forma que pactar resultará ineludible —salvo vuelco imprevisible en las urnas—.
Es importante tomarse en serio la campaña, sobre todo para mover a la participación. Una caída de varios puntos daría la razón a los agoreros que solo ven desafección hacia el sistema democrático y a los que empujan para que eso se acelere a base de bostezar ante las elecciones o de forzar la crispación con posiciones irreductibles, del todo irresponsables para una sociedad que precisa de soluciones y no de polarización.
Es evidente la necesidad de abordar reformas para facilitar la gobernabilidad. Es absurdo que no haya modo de formar un Ejecutivo si nadie se presenta a la investidura; que sea preciso esperar casi dos meses para poner las urnas una vez convocadas las elecciones; que sea disuasorio votar desde fuera de España; o que se necesiten semanas para constituir las Cortes una vez conocidos los resultados electorales. No menos indispensable es la regeneración de los partidos, que han reservado excesivas atribuciones a sus cúpulas sin atenerse a los contrapesos obligados por la democracia interna.
Pero, de momento, lo urgente es jugar el encuentro con las reglas existentes. Eso exige a los partidos que expliquen muy seriamente sus planes; y a los electores, que llenen las urnas de votos.
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