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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Draghi tiene razones

El asedio del gobierno alemán al Banco Central Europeo daña la política monetaria común y destruye la credibilidad del euro

Mario Draghi, presidente del BCE
Mario Draghi, presidente del BCEMichael Probst (AP)

Las tensiones entre el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, y algunos miembros destacados del gobierno de Berlín reflejan de entrada las dificultades de los agentes económicos alemanes para aceptar una política monetaria común, pensada y ejecutada para todos los países de la eurozona y no solo para los intereses monetarios de uno de ellos. Las acusaciones del ministro de Finanzas, Schäuble, de que la política expansiva de Draghi exacerba el populismo en Alemania, son toscas e infundadas. También podría decirse que las políticas de austeridad han arruinado a muchas personas y familias; pero no es este el análisis que cabe esperar de un ministro europeo. La respuesta de Draghi fue sensata: el BCE trabaja para hacer cumplir sus fines (el control de la inflación) y las leyes que asisten a la institución, y socavar el prestigio del Banco sólo conduce a deteriorar la eficacia de los planes monetarios.

En este conflicto Draghi tiene la razón. Proclamar que la quantitative easing tiene efectos contraproducentes es una obviedad; cualquier decisión económica los tiene. Lo que cuenta es balance neto entre los efectos conseguidos y los desperfectos causados. Diga lo que diga el equipo económico alemán, existe un amplio acuerdo global en que las medidas de excepcionalidad monetaria son correctas, porque es lo que cabe hacer en un diagnóstico de casi estancamiento combinado fatalmente con casi deflación. Lo que molesta en Berlín es que la politica de bajos tipos de interés perjudica notablemente más a un país, como Alemania, que tiene una gran tasa de ahorro, que a otras economías como la francesa o la española.

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La canciller Merkel también se equivocó cuando salió a defender a su ministro de Finanzas. El BCE puede ser objeto de críticas, faltaría más, pero no es lo más adecuado que procedan de miembros de un equipo de gobierno de la Unión; organizaciones hay en abundancia en el país que pueden expresar su desacuerdo. Pero lanzadas desde el Ejecutivo, de forma abrupta, deterioran la credibilidad de la institución. Nunca debe cometerse ese error, pero con más razón en un periodo tan delicado para el euro como éste.

Merkel y Schäuble entienden que una zona monetaria es un territorio complejo, con intereses contradictorios; la política monetaria, aunque sea la correcta, como es el caso, refleja esas contradicciones, sobre todo cuando sólo se dispone del coste del dinero como herramienta común.

El plan alemán para limitar los bonos en poder de la banca, al que se oponen Francia, Italia y España, es otro ejemplo de terquedad innecesaria. Efectivamente, la tenencia de deuda relaciona indebidamente la solvencia de la banca con la posición de la deuda pública de un paía; pero si se quiere limitar ese riesgo, debe hacerse con el acuerdo de todos los países —y no por imposición de Berlín y sus satélites— y una vez que se encuentre un procedimiento para reabsorber la deuda.

Por lo tanto, sería conveniente que cesara el asedio público al BCE y la conraposición sistemática de los intereses de Alemania con los de la eurozona.

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