Nunca es tarde
La reunión entre Rajoy y Puigdemont rompe al menos un largo desencuentro
Nunca es tarde para recuperar algo del sentido institucional que tanto falta entre nuestros políticos. El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, rechazó justo después de su investidura cualquier contacto con un presidente en funciones que hace declaraciones en funciones y defiende “un proyecto que se acaba”, es decir, en funciones. No le iba a la zaga el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que no agradeció los servicios prestados a Artur Mas en el decreto de nombramiento en el BOE, impidió que la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, comunicara personalmente al Rey la elección del nuevo presidente y consideró innecesario darle la enhorabuena a Puigdemont por su nombramiento.
De la reunión que mantendrán hoy los dos presidentes no cabe esperar razonablemente ninguna conclusión positiva, pero al menos ambos podrán exhibir su buena disposición a dirigirse la palabra uno al otro, premisa indispensable para el diálogo político. Las instituciones, además, habrán recuperado un pequeño punto de la dignidad que les vienen sustrayendo quienes las instrumentalizan, que en este caso han sido las dos partes.
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Puigdemont llega a La Moncloa con el balance de sus cien días de Gobierno, tan vacíos como los cien días en funciones de Rajoy, y de ahí que la foto del encuentro y del diálogo convenga a ambos.
Le conviene a Puigdemont, presidente interino, o al menos de tiempo tasado —los 18 meses de la desconexión— y de poderes limitados y vigilados —por Artur Mas, que le hizo el Gobierno; por Oriol Junqueras, que controla el área económica, y por Esquerra, que busca sustituir a Convergència como partido hegemónico; y por la imprescindible CUP, desde la mayoría necesaria para los Presupuestos, que quiere marcarle el ritmo e incluso la radicalidad del proceso. También le conviene a Rajoy en el despertar de su inmovilidad poselectoral, de su absentismo internacional y de la dificultad para actuar como interlocutor en la dirección que sea.
La agenda de un encuentro como el de hoy es larga y densa, tras cinco años de proceso soberanista en el que la inmovilidad de un lado y la permanente fuga hacia adelante del otro se han retroalimentado e incluso se han hecho imprescindibles para explicarse ante los públicos respectivos. El Estatuto de autonomía catalán se halla en el peor punto de su aplicación como fruto de los desencuentros y de las represalias mutuas, que en muchos casos han consistido en dañarse uno mismo para culpar al otro. Lo mismo sucede con las finanzas catalanas, correlato de las finanzas públicas españolas. Y con la intervención de los jueces en los conflictos con el soberanismo, en la que se ha parapetado el Gobierno para ahorrarse la molestia de la gestión política que exigen las pretensiones secesionistas. Algo debería salir de un encuentro en el que no faltarán ni siquiera los 23 puntos que ya discutieron infructuosamente Mas y Rajoy en su último y lejano intento de comprensión mutua.
Si dos dirigentes políticos quieren de verdad entenderse, siempre hay donde pescar algún acuerdo que sirva para vestir una nueva etapa de diálogo. Este es el margen auténtico de la reunión de hoy, en la que se podrá medir si Puigdemont quiere separarse de Artur Mas y marcar perfil propio y si Rajoy quiere apuntar unas nuevas formas que le sirvan para ir a las elecciones con algo más, por poco que sea, que el balance del mutismo de sus cuatro años de Gobierno.
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