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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No se puede insultar a todos todo el tiempo

Los trabajadores latinos de Trump expresan su indignación por los insultos racistas

Jorge Marirrodriga
Una mujer acude a un mitin de Donald Trump en Connecticut.
Una mujer acude a un mitin de Donald Trump en Connecticut.MATTHEW CAVANAUGH (AFP)

Decía Simone de Beauvoir que lo más escandaloso del escándalo es que uno se acostumbra, pero esto es fácil de sostener cuando ese uno nunca ha presenciado a Donald Trump en campaña electoral. Siempre que parece que la barbaridad que el precandidato republicano ha pronunciado es insuperable en su nivel de obscenidad, racismo, odio o vulgaridad suelta otra frase que eclipsa a la primera.

Eso sí, cada vez son menos los que se ríen y le disculpan, en parte —todo hay que decirlo— porque a medida que se suceden las votaciones, los resultados de las primarias dibujan la posibilidad real de que este hombre aspire a ocupar la Casa Blanca y, entre otras cosas, a firmar órdenes ejecutivas y a manejar el maletín nuclear. Un personaje que un día acusa a México de exportar violadores y narcotraficantes, otro propone poner patas arriba el equilibrio internacional, y el tercero se mofa de sus compatriotas prisioneros de guerra o se chotea de una periodista con expresiones que harían sonrojar a un cuartel entero, está claro que concibe el escándalo como un medio para llegar al poder. Algo que no es nuevo, pero a lo que no es fácil acostumbrarse. El que en este contexto opine que si no fuera porque Ivanka Trump es su propia hija le tiraría los tejos —a la madre de ella, Ivana, también lo hizo, y la joven Ivanka es el resultado— es peccata minuta.

Sostiene Bernard Werber, otro escritor francés, que la contradicción es el motor del pensamiento. Si es así, Trump va sobrado de motor, porque su campaña es un cúmulo de contradicciones superadas solo con la vieja técnica de usar un clavo para sacar otro. Es difícilmente explicable cómo alguien que ha dicho que podría disparar en la Quinta Avenida de Nueva York sin perder votos —y añadir, por si no se había explicado bien, que podría cometer un atentado en la Gran Manzana con el mismo resultado— lisonjee zalameramente ahora a los neoyorkinos, que el martes emiten su voto en las primarias, presumiendo de su nacimiento en Queens. ¿En qué quedamos? ¿Los quiere muertos o vivos para votarle? ¿Y lo del atentado? ¡Precisamente en Nueva York! Por cierto, Trump defiende el ahogamiento simulado para los terroristas, que, obviamente, son quienes cometen los atentados... a estas alturas el motor va tan revolucionado que comienza a fundirse.

En medio de este torbellino de barbaridades y contradicciones no puede extrañar que los trabajadores latinos de Trump —que los tiene y muchos— hayan comenzado a expresar con nombre y apellidos su indignación por el racismo de su jefe. Y hay que tener valor para hacerlo con un tipo que hizo famosa la frase “¡Estás despedido!” mientras se relamía de satisfacción. Presumirá de ser un empresario de éxito, pero el magnate debería saber que traicionar la confianza de tu equipo es escupir al cielo. Cierto es que a veces puede ser producto de un mal consejo, pero cuesta imaginar a Trump aceptando las sugerencias de nadie. Advertía un gran presidente republicano, Abraham Lincoln, que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Ni insultarlo tampoco.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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