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Don de gentes
Columna
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Los años del linchamiento

Ocurre a menudo, los que se deshacen en elogios pasan al desprecio absoluto

Elvira Lindo
Gay Talese en Roma en 2011.
Gay Talese en Roma en 2011.Getty Images

Las chicas como yo querían ser Chrissie Hynde. Las chicas como yo se cortaban la melena a capas y se pintaban el párpado de un negro rotundo. Cerraban la puerta del cuarto del baño con cerrojo y bailaban Don’t Get Me Wrong. Si hablo de las chicas como yo es porque creo que Chrissie Hynde fue una figura admirada por aquellas jóvenes que no nos conformábamos con participar sino que aspirábamos a mandar. Eso es lo que me trasmitía aquella canción suya, Brass in Pocket, que se convirtió, a pesar de que su autora se rebela ante ese hecho, en el himno de una generación de chicas.

Si ella consiguió a los 27 años ser líder de una banda, cuando era un terreno vedado a las mujeres, yo a la misma edad, una década después, dirigía mi programa en Radio 3. A veces, el realizador pinchaba esa canción y yo sentía una especie de inyección de seguridad que me hacía superar mis miedos. Ahora lo llaman “empoderamiento”, pero me resisto a usar el palabro y, por lo que le he leído en entrevistas, la cantante huye como de la peste de ese tipo de lenguaje y de haberse convertido en un símbolo. Esta mujer, que detestaba la ropa sexy para subirse a un escenario, impuso un estilo: el de la intérprete que no quiere atraer a los hombres enseñando las tetas.

Mucho ha cambiado la cosa, hoy, Rihanna o Beyoncé tratan de “empoderarnos” moviendo el culo. Lejos de mí la intención de censurar ni los culos ni a sus propietarias, pero la feminista Hynde estaba hecha de otra pasta. Si siempre había sido tosca con la prensa, el año pasado sus escasas ganas de agradar se transformaron en un cabreo negro. Vino a cuento su libro, Reckless. My Life as a Pretender, en el que hace balance de sus años liderando esa banda. Por un párrafo de no más de cuatro líneas quien hubiera sido ejemplar pasó a ser repudiada. Contaba Hynde que de muy jovencita acudía a los conciertos de rock en Cleveland, brujuleando entre los tíos que se movían alrededor de las bandas; en una de esas, bastante pedo, se fue con cinco de ellos a una casa abandonada. Y ahí ocurrió la cosa. En su relato nunca aparece la palabra “violación”, porque ella cuenta haberlo vivido como una consecuencia lógica de su temeridad y de las drogas. El linchamiento a la cantante fue inmediato. Todas las entrevistas se vieron empañadas por lo que se consideraba una inaceptable culpabilización de la víctima. Al entrevistador de la radio pública americana le respondió desabridamente: “Yo estaba hablando de las drogas y la insensatez”.

Estos días pasados, al periodista americano Gay Talese le ocurrió algo parecido. Estaba hablando en Boston ante, hasta ese día, rendidos admiradores de sus reportajes, cuando alguien le preguntó si se había sentido influido por alguna mujer en la singular manera de elegir sus historias periodísticas. Este hombre de 84 años dijo que no, y explicó que cuando él era joven las mujeres cultivadas no se sentían cómodas con canallas o delincuentes, que eran los tipos que a él le interesaban. Añadió que entonces admiraba más a las mujeres como escritoras de ficción. A partir de ahí se lió.

El hombre, ajeno a Twitter, volvió a su casa en Manhattan ignorando que un batallón considerable de odiadores llevaba 24 horas afirmando que no volverían a leer un puto reportaje de este hombre al que se le había visto el plumero. Ocurre a menudo, los que se deshacen en elogios pasan al desprecio absoluto: #novolverealeertemasgaytalese. Cierto es, lo tengo observado, que a nuestros periodistas jóvenes no se les suele escapar el nombre de una mujer cuando se les pregunta por sus influencias. Y eso ocurre incluso con algunos que te han declarado su deuda en la intimidad. Ay. Pero el señor Talese es octogenario y hablaba de otro tiempo, argumentaba una circunstancia sociológica y no desdeñaba de ninguna manera a las mujeres. Lo que más le dolió al venerable anciano es que una colaboradora del Times, tras hacerse un selfie con él, escribiera: “Es inevitable, tus ídolos siempre te decepcionan”.

Toda esta polémica estéril solo sirvió para obviar el verdadero acontecimiento de la semana: que el viejo Talese ha publicado un reportaje magnífico en The New Yorker, escrito a lo largo de décadas, sobre un tipo que adquirió un motel en Denver para espiar a sus clientes mientras mantenían relaciones sexuales. Un reportaje de suspense donde ambos, el voyeur y el periodista, parecen rondar el delito. Pero como ancianos que son, viven ya con todos sus delitos prescritos. El pobre Talese (a todos nos duele ser vapuleados), declaró: “Las redes sociales son malvadas. Lo que me ocurrió en Boston es vergonzoso, con toda esa basura flotando por ahí sobre mí que no es cierta”. Así es, sólo nos falta obligar a los viejos a escribir su propia vida a nuestra manera.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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