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Lo cierto es que las uniones más sólidas se pierden a veces por cuestiones de dinero. ¿Qué digo a veces? Siempre, siempre

Ya confesé hace tiempo que soy amigo de un columnista de la competencia que a veces me escribe estos artículos porque yo, en ocasiones, escribo los suyos. Es muy socorrido si caes en una depresión o tienes un par de semanas ajetreadas. ¿Que por qué lo confieso públicamente? Pues porque nadie en su sano juicio se lo creería. A mi amigo, sin embargo, le asustan estas manifestaciones. Teme que en su empresa descubran el pastel y lo despidan. Tiene una idea monstruosa de lo verosímil. Esta columna me la está escribiendo él en uno de esos ataques de pánico que nos empujan hacia aquello que tratamos de evitar. Se abraza a lo que teme. Significa que este texto no es de Millás, sino mío (el amigo del otro periódico). Pero lo escribo a la manera del famoso autor valenciano porque, como expliqué en otra ocasión, cada uno ha estudiado a fondo los rasgos de estilo del otro.
Si vuelven a leerlo desde el principio, verán que no hay una sola línea que no sea identificable con el registro del que lo firma. Debo decir que también él clava los míos, aunque los contamina de su simpleza. Millás me perdona que diga estas cosas porque fortalecen la idea de que quizá dos locos que trabajan en periódicos distintos hayan llegado a un acuerdo tan inusual. Él está ahora promocionando una novela y tiene una agenda diabólica. No llega a todo el pobre. Ya me devolverá el favor (le gusta más escribir en mi estilo que en el suyo). El problema es que a uno de los dos le han rebajado un 10% el sueldo y el afectado pretende que repartamos esa pérdida. El otro cree que no es justo. Lo cierto es que las uniones más sólidas se pierden a veces por cuestiones de dinero. ¿Qué digo a veces? Siempre, siempre. Y con esto acabo: 1.744 caracteres clavados.
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