Madres
Pedro Almodóvar no es madre (ni padre), pero parece que ha atinado a remover las entrañas de muchas
Ya lo sé. Apenas unas páginas o unos clics más atrás está su primera lectura del día; también ha sido la mía. Buscar ansiosamente la magnífica prosa de Carlos Boyero acerca del último estreno de Pedro Almodóvar es algo que se disfruta raramente, apenas una vez cada dos o tres años, y que en ocasiones se goza incluso más que el estreno del propio director. Y encima sobre qué película: Julieta es un gran drama (no vale usar dramón, que aquí más que a las lágrimas tiendes a quedarte seco, como si necesitaras agua para digerir tamaño plato), intenso, cuidado, en la otra punta de la histriónica (y, para algunos, comprensiblemente terrible) Los amantes pasajeros.
Nadie viene a competir (ni ganas) con eso, que para eso este amplio diario tiene sus secciones. Aquí vamos por otros caminos, otras estéticas, otras temáticas. Y uno ve Julieta y le impacta, le duele, la rumia, pero me convenzo al salir de la sala de que el público queda dividido en dos: madres y no madres. Como atina un amigo al que también le llega, pero le falta un poco: “Creo que me falta haber parido”.
La madre es el centro de la historia, de todas las historias. Julieta como madre (y como hija), en ese rol que absorbe todo su ser, que se duele por su madre, viva o muerta, que pregunta por otras madres, vivas o muertas. Almodóvar no es madre (ni padre), pero parece que ha atinado a remover las entrañas de muchas, de esas madres que callan más que hablan, de ahí ese Silencio, su título inicial, tan certero. Pena que lo cambiara por coincidir con otro Silencio de Scorsese. Casi mejor. Esta semana solo le faltaba un lío por plagio.
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