_
_
_
_

El hombre más odiado de América

Martin Shkreli el rey de los fármacos
Martin Shkreli, en el centro, fue arrestado por fraude el pasado mes de diciembre. Andrew Burton (Getty)
Martín Caparrós

ALGUIEN, de tanto en tanto, hace a gritos lo que muchos hacen siempre con sordina. Es curioso cuando, en un mundo filtrado por los buenos modos, caen los filtros: es curioso, es subversivo, sería atractivo si no fuera intolerable –o lo es porque es intolerable. Martin Shkreli cumplió 33 años anteayer y su vida ya es bastante extraordinaria: hace unos meses la BBC lo presentó como “el hombre más odiado de América”.

Shkreli es hijo de una pareja de inmigrantes albaneses que se instalaron en Brooklyn cuando Brooklyn no era Brooklyn: su padre era portero, su madre limpiadora. Era ambicioso, inteligente; a sus 17 entró como becario en una financiera y aprendió sobre las nuevas compañías de biotecnología, selva virgen. A sus 21, en 2004, fundó su primer fondo de inversión; dos años después lo hundió y se volvió al pisito de papá. La crisis le licuó las deudas; en 2012 creó una compañía que buscaría remedios para enfermedades raras –Retrophin Pharmaceuticals– y sus habilidades retóricas la pusieron en órbita. En 2014 ya había conseguido inversiones por 100 millones y sus acciones subieron de 3 a 20 dólares. Entonces, en un fin de semana, vendió las suyas y se fue; poco después presentó su nueva compañía, Turing Pharmaceuticals. Hace sólo un año, Shkreli era un treintañero exitoso y charlatán pero desconocido: uno de tantos.

En agosto de 2015, Shkreli/Turing compró la propiedad de un remedio, el Daraprim, que llevaba medio siglo como único recurso contra la toxoplasmosis, una enfermedad que ataca sobre todo a embarazadas y HIV positivos. La droga no tenía gran demanda, así que no había versiones genéricas; Shkreli era dueño de un mercado cautivo. Lo aprovechó aumentando el precio de sus pastillas: de 13 a 750 dólares cada una.

Fue un escándalo. Enfermos sin remedios se quejaban, sus familiares gritaban en calles y televisiones, pero Shkreli no había hecho nada ilegal. Su empresa hacía sin anestesia lo que muchas farmacéuticas serias y poderosas hacen con guantes blancos: manejar sus productos según esas leyes del mercado que dicen que para tener algo hay que poder pagarlo. Pero Shkreli fue tan brutal que llovieron las condenas morales, insultos, el escarnio. Es bueno cuando aparece un malo tan malo. Son útiles: nos hacen sentir, por oposición, tan buenos, tan probos, tan decentes. Nos permiten hermanarnos en el odio y el desprecio con personas con las que no podríamos compartir nada más.

Preocupados, grandes laboratorios gastaron millones en lobbies y relaciones públicas para proclamar que no hacen esas cosas. En noviembre de 2015 Shkreli compró una compañía que investiga un remedio contra el cáncer y en dos días su cotización aumentó un 400 por ciento: más allá de los reproches, el mercado lo apoyaba con brío y billetes verdes. En diciembre fue arrestado por el FBI, acusado de fraude con acciones por los nuevos dueños de su excompañía, Retrophin. En febrero tuvo que declarar ante una comisión parlamentaria; no contestó ninguna pregunta y, al salir, dijo: “Es difícil aceptar que estos imbéciles representan al pueblo”. Ahora pelea por seguir a flote; quizá tenga razón cuando dice que ese sistema que él creyó representar hasta sus últimas consecuencias no soporta tanta sinceridad, tanta franqueza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_