Karl Lagerfeld, el último emperador
Tras 60 años trabajando en la moda, el diseñador de Chanel sigue en lo más alto. Las claves de su éxito: su capacidad de trabajo y una alergia a la nostalgia
Llevará 60 años en un mundo tan volátil como el de la moda, pero Karl Lagerfeld sigue en lo más alto. En un contexto donde los diseñadores se convierten en piezas intercambiables y los mayores talentos se queman las alas de una temporada a la siguiente, el alemán sigue pareciendo inoxidable. Es el último superviviente de la alta costura de los cincuenta tras la retirada de Valentino Garavani, un año mayor que él. Sigue diseñando ocho colecciones al año para Chanel, de la que es director creativo desde 1983. Al frente de un imperio que bordea los 5.000 millones de euros anuales en ventas, ha logrado transformar aquella vieja maison de otra época en un emporio global como existen pocos.
A punto de cumplir 83 años, aún no tiene intención de retirarse. “Karl nunca está satisfecho con lo que hace, eso lo impulsa a seguir. Necesita gustar y sentirse amado. Y lo ha conseguido: es lo más parecido a una estrella de rock en la moda”, explica la modelo y diseñadora Inès de la Fressange, perfecta encarnación del mito de la parisienne que se convirtió en imagen de Chanel en 1983. Lo conoció a finales de los setenta, cuando él aún oficiaba en Chloé. “No sé qué vio en mí. Tal vez le recordé a su madre, pero no se lo diga. Luego se ríe de mí llamándome Sigmund Freud. Y, a él, el psicoanálisis no le interesa nada”, sonríe.
Pese a esa aversión, a Lagerfeld le encanta contar la misma anécdota en cada entrevista. Su equipo es capaz de repetirla de memoria. “De pequeño, mis padres me regalaron seis bicicletas”, relató a The Guardian. “Fui un niño muy mimado. Los demás no tenían ninguna, porque era la posguerra. Yo no las compartía: cada día usaba una distinta para que los demás se pusieran celosos”. Tal vez no sea casualidad que trabaje en un negocio que vende el deseo de algo que no se tiene.
El diseñador procede de una familia acomodada de Hamburgo. Su padre dirigió una fábrica de productos lácticos, mientras que su madre, personaje exigente e iracundo, había sido vendedora de lencería en el Berlín de entreguerras. “Eran protestantes convertidos al catolicismo: el peor tipo”, afirma El Káiser con su conocida lengua viperina. Sus inicios en la moda tuvieron lugar al ganar un concurso en 1954, ante un jurado donde figuraban Pierre Balmain y Hubert de Givenchy. Un año después, fichó como aprendiz de Jean Patou. “La moda es la expresión personal de un mundo en transformación. El diseño es el arte de observar esos cambios y anunciarlos en ropa que millones de personas puedan vestir. Karl ha dominado ese proceso”, dijo Anna Wintour el pasado otoño, al entregarle un premio honorífico en los British Fashion Awards.
“Es un ser delicioso, contrario a lo que se cree y a lo que dejan entender sus frases asesinas”, asegura Oliver Saillard
La modelo y productora musical Caroline de Maigret, cuya carrera despuntó cuando Lagerfeld la descubrió en un casting, lo considera “un personaje único y casi alienígena”, además de “un visionario que entiende cómo funciona la sociedad y cómo evoluciona la mujer”. “En el fondo, la moda y las tendencias le dan igual. En un momento, decidió que la moda sería él”, afirma De Maigret. “Si sigue siendo relevante, es porque nunca ha dejado de aprender. No se ha dormido en los laureles y se ha nutrido de nuevos estímulos. Cuando pienso en él, lo imagino rodeado de libros de arte, de historia y de moda”. No por casualidad, su cuadro preferido es El pobre poeta, del pintor holandés Carl Spitzweg, donde figura un hombre solo en medio de una habitación, rodeado de libros.
El historiador de moda Olivier Saillard, director del Palais Galliera de París, afirma que eso es lo que le distingue. “Dispone de una cultura a la antigua que los demás no tienen, una sed de conocimiento que ha formado su espíritu. Puede leer un libro sobre el siglo XVIII e imaginar cuatro colecciones a partir de dos o tres páginas”, afirma. “Además, es querido por su equipo, que sigue con él desde hace dos o tres décadas, algo que no sucede en las demás firmas. Lagerfeld es un ser delicioso, contrario a lo que se cree y a lo que dejan entender sus frases asesinas”, ironiza Saillard. Entre las más célebres: tildó a Yves Saint Laurent de “provinciano”, calificó a Andy Warhol de “físicamente repulsivo”, llamó a Diana de Gales “guapa y dulce, pero tonta”, y dijo que Adele estaba “demasiado gorda”.
Su longevidad le asemeja a su predecesora Coco Chanel, pero una diferencia fundamental parece separarlos. Mientras la revolucionaria diseñadora terminó renegando del progreso, oponiéndose a la minifalda y echando pestes a la juventud de los sesenta, Lagerfeld entendió que su supervivencia pasaba por seducir a los llamados millenials. En su última presentación de prêt-à-porter en París, hizo desfilar a la plana mayor de las instagirls, modelos surgidas de las redes sociales, sentó a la familia Kardashian en primera fila y empujó a tres hombres a circular por la pasarela, para sumarse a esa fluidez de género que hoy es tendencia. “En lugar de rechazar a los jóvenes, los engloba en su propuesta. Si sigue ahí, también es porque no le gusta nada la nostalgia”, confirma De la Fressange. Hace pocos meses, se negó a acudir a la retrospectiva organizada en Bonn para celebrar sus 60 años en la moda. “No quería ver todos esos vestidos viejos. Me interesan más los que estoy intentando diseñar ahora”, explicó a The New York Times. “Personalmente, no hago ningún esfuerzo por recordar”.
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