Bruselas acusa
La Unión Europea debe organizarse mejor para combatir al yihadismo
La sobreactuación no es adecuada, y menos cuando se produce en caliente, para responder a la terrible realidad del terrorismo yihadista que, con lo ocurrido en Bruselas, ha mostrado de nuevo su capacidad de destrucción. Pero las palabras de Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, denunciando que si los Estados miembros hubieran aplicado las propuestas de lucha antiterrorista del Ejecutivo comunitario en los dos últimos años “la situación no sería la que tenemos ahora”, exigen la reflexión y las aclaraciones de los señalados.
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El enemigo está dentro. Y las primeras investigaciones confirman lo que cada vez resulta más evidente: que en Bruselas llevan trabajando células islamistas locales desde hace tiempo y que han facilitado infraestructuras, recursos y personal para la realización de buena parte de los atentados terroristas que se han producido en Europa.
En esta situación, es esencial la colaboración entre los Estados miembros, que debe traducirse en una eficaz reconstrucción de los canales que unifiquen toda la información que permita actuar con contundencia sobre los planes de los terroristas. Si fuera cierto lo que dijo ayer el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan —que su país devolvió a Bélgica en junio de 2015 a uno de los implicados en los atentados de Bruselas por sospechas de participación en el ISIS—, quedaría de manifiesto la inoperancia de la policía belga. A la espera de confirmar la afirmación de Erdogan, es evidente que la UE se juega su seguridad en el manejo de la información y en la cooperación entre los países miembros frente al terror del Estado Islámico.
El perfil de muchos de los jóvenes que se sacrifican es, sin duda, escurridizo. Sus trayectorias no están siempre claramente relacionadas con el fanatismo religioso, sino más bien con ese nihilismo que procede de la inadaptación y la marginación, de la furia y el rencor de los que no tienen nada que perder. Es el Estado Islámico el que concibe los planes, pero son unos jóvenes resentidos los que terminan volando sus cuerpos contra los valores de libertad y tolerancia que Europa representa y de los que reniegan abiertamente.
Si el enemigo está dentro, y ha tenido margen de maniobra para construir redes de apoyo tan consistentes como la que protegió a Salah Abdeslam durante cuatro meses desde los atentados de París, responder al Estado Islámico con una ola de bombardeos en las zonas de Oriente Próximo y el norte de África en las que opera seguramente no es lo más eficaz ni adecuado. Europa debe prepararse para librar un largo conflicto contra un enemigo que cuenta entre sus filas con activistas fanáticos que no dudan si tienen que suicidarse en aquellos lugares que simbolizan —como los aeropuertos y las sedes de la UE en Bruselas, o como un estadio de fútbol y una zona de ocio en París— las señas de identidad de una sociedad abierta. Para hacerlo, hay que tomarse en serio la queja de Juncker y la petición de reforzar la inversión en seguridad y cooperación que hizo ayer el primer ministro francés, Manuel Valls. En todo caso, es urgente revisar y fortalecer los servicios de inteligencia y seguridad.
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