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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las excusas de Sharapova

No se sostienen la negligencia o una supuesta diabetes alegadas por la tenista rusa para justificar el uso de una sustancia prohibida

Javier Salvatierra
Maria Sharapova, durante la rueda de prensa en la que anunció el positivo.
Maria Sharapova, durante la rueda de prensa en la que anunció el positivo.ROBYN BECK (AFP)

El pasado lunes, la tenista rusa de 28 años María Sharapova admitía en una comparecencia pública que había dado positivo en un control antidopaje realizado en el Open de Australia, en el mes de enero. Adelantándose a la tormenta que previsiblemente se habría desencadenado de haber sido las autoridades antidopaje las que hubieran alertado del caso, la rusa emprendió una operación de relaciones públicas admitiendo el positivo por Meldonium, una sustancia de efectos no demasiado claros prohibida desde el 1 de enero. Justificó su uso durante 10 años en un difuso “historial familiar de diabetes y señales de que podía tener esta enfermedad” y alegó despiste para haber seguido consumiéndolo más allá de la prohibición: no revisó la lista que le envió la Agencia Mundial Antidopaje. No faltaron en la confesión la declaración de amor al deporte que la ha hecho rica ni los gestos de contrición —mano en el corazón, gesto compungido— para invocar compasión.

Poca compasión tuvieron, no obstante, los patrocinadores de la tenista, que, uno tras otro, se apresuraron a romper relaciones con la manchada. Empezando por la todopoderosa compañía estadounidense de material deportivo Nike, que la patrocinaba desde que tenía 11 años y con la que tenía desde 2010 un contrato valorado en 63,5 millones de euros. Nunca antes la marca de Oregón se había desvinculado tan rápido de un deportista caído —véanse los casos de Lance Armstrong o Tiger Woods—. Tras Nike, firmas punteras como Porsche, Tag Heuer o American Express salieron huyendo de la siberiana. Al menos cabe celebrar que quede lejos ya la tolerancia —si no defensa— de la que hacían gala algunos patrocinadores hacia los deportistas tramposos.

Eran precisamente estas marcas y, no tanto el tenis, las que mantenían desde hace 11 años a la atractiva Sharapova, nacida en Rusia pero afincada desde niña en Florida, como la deportista mejor pagada del mundo. Según la revista Forbes, el año pasado ingresó 25,7 millones de euros, de los cuales apenas 6 procedían de sus esfuerzos con la raqueta.

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Más allá del intento de la tenista para adelantarse a una más que probable condena pública o su admisión total de responsabilidad, no merece demasiada credibilidad traer a colación una supuesta diabetes para justificar el uso del Meldonium, un fármaco que no está indicado para ello. De hecho, no están nada claros sus efectos. Se incluyó en la lista de sustancias después de que un laboratorio alemán la detectara en la sangre de un centenar de atletas. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, debieron pensar: la estudiaron, afirmaron que aumentaba la resistencia de los deportistas y mejoraba su recuperación y la prohibieron. Tampoco la supuesta negligencia o despiste se sostiene en una deportista que se embolsa 25 millones al año y que cuenta con un ejército de médicos, preparadores, asesores y demás personal para estar al tanto de lo que se puede tomar y lo que no.

En todo caso, a las autoridades antidopaje les importa poco cómo haya llegado el Meldonium al cuerpo de Sharapova. Si no puede explicarlo de manera convincente, será sancionada, previsiblemente por dos años. “Espero no acabar así mi carrera, quiero tener otra oportunidad para jugar al tenis”, declaró la tenista. No casa demasiado ese amor al deporte de la raqueta con el uso de sustancias para hacer trampas.

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