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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ejemplo desastroso

Urdangarin debería haber empezado por reconocer sus equivocaciones

Iñaki Urdangarin en un momento de su declaración ante el tribunal que le juzga en Palma de Mallorca.
Iñaki Urdangarin en un momento de su declaración ante el tribunal que le juzga en Palma de Mallorca. ENRIQUE CALVO (REUTERS)

Los focos del juicio por el caso Nóos ya han alcanzado a Iñaki Urdangarin y el resultado de sus dos primeras horas de declaración ante el tribunal confirma las peores impresiones. El yerno de don Juan Carlos, que tardó mucho tiempo en levantar un cortafuegos entre sus actividades profesionales y la Casa del Rey, ha declarado en la sala de audiencia debilitado por las investigaciones que desmienten la imagen de hombre inocente predicada de sí mismo y el limitado papel simbólico que en todo momento se ha atribuido en el Instituto Nóos.

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El principal acusado por el supuesto desvío de 6,2 millones de euros de fondos públicos se desvincula de la gestión diaria de Nóos y su entramado empresarial, y pretende haber permanecido tan separado de aquella que no estaba al tanto de facturas, presupuestos ni contrataciones. Ni siquiera conocía la existencia de empleados ficticios —dos de ellos son sobrinos suyos—, de la que dice haberse enterado a lo largo del proceso. Menos aún acepta haber sido un comisionista —“en mi vida he sido comisionista de nada”—, pese a la descripción que de él hiciera el expresidente balear, Jaume Matas, como “un conseguidor” y “un facilitador”.

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“Yo me dedicaba a lo que me dedicaba”, afirmó Urdangarin ante el tribunal. En esa ambigua frase reside el meollo del problema. Voluntaria o involuntariamente, se ha convertido en el símbolo de una época de deterioro moral: de un tiempo en que el yerno del entonces rey de España, por el hecho de serlo, se sentía autorizado a hacer y organizar lo que quisiera, y a que otras autoridades dieran por supuesto que les interesaba o convenía entrar en el juego. Un ejemplo desastroso para la España que se esfuerza, mientras personas como esta demuestran desentenderse de lo que hacen incluso los que trabajan para él.

Habría sido de agradecer que Urdangarin hubiera cogido el toro por los cuernos y empezara por reconocer que ha implicado a su esposa, la infanta Cristina, en un asunto que nunca debió tener relación alguna con la familia real, de la que siempre se ha esperado un comportamiento ajustado a reglas estrictas. Tras ese reconocimiento habría llegado la hora de determinar si los errores cometidos lo fueron por imprudencia, desconocimiento o equívoco. Lo que no puede admitirse es el aire distante con el que Iñaki Urdangarin habla del Instituto Nóos y de su entramado empresarial, como si hubiera sido un lejano colaborador del mismo y no el responsable principal de sus actividades y negocios.

Episodios como el protagonizado por el marido de la infanta Cristina son de los que han contribuido a la pérdida de prestigio de las instituciones. Pero es verdad que la reacción demuestra que estas funcionan y que hay motivos para recobrar la confianza.

El rey Felipe VI ha trazado un camino firmemente alejado de manejos como los que han dado origen al proceso que se desarrolla en Palma de Mallorca. Y la propia celebración de las audiencias públicas —tras un largo recorrido de investigaciones, pruebas y recursos— demuestra que el poder judicial no se pliega ante el poder de otras instituciones.

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