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EL PULSO
Crónica
Texto informativo con interpretación

La letrina letrada

En Corea y Japón el inodoro inteligente lleva décadas campeando en los baños. Sin embargo, en Occidente no se impone

Martín Caparrós
A finales de 2012 se inauguró en Suwon, una localidad situada al sur de Seúl (Corea del Sur), un museo dedicado al retrete (en la imagen).
A finales de 2012 se inauguró en Suwon, una localidad situada al sur de Seúl (Corea del Sur), un museo dedicado al retrete (en la imagen).Kim Hong-Ji (Reuters)

Llevo años esperándolo, temiéndolo, y no llega. Desde aquel día en que lo conocí, en Corea, lo espero, lo temo, y no aparece.

El hotel, en pleno centro de Seúl, era supermoderno, lujoso y apretado. Mi habitación no era una habitación sino una máquina perfecta de limpiarse y dormir. Mi habitación tenía el espacio justo para una buena cama –una tremenda cama– y un ventanal con cielo, los edificios, una montaña al fondo. Tenía lámparas varias, un espejo gigante, enchufes, conexiones y, por todas partes, las pantallas: mi habitación rebosaba de pantallas. Estaba, por supuesto, la gran pantalla del televisor, junto a la ventana, compitiendo con la ventana, venciendo a la ventana. Y la pantalla táctil de la temperatura, y la pantalla táctil de la mesita de luz que manejaba luces, cortinas, televisor, relojes varios, teléfono, mensajes, y la pantalla táctil de la caja fuerte y la pantalla táctil de la balanza del baño y, sobre todo, la pantalla muy táctil que operaba el inodoro.

Yo no estaba preparado para la cultura del inodoro inteligente, la letrina letrada. Quizá por eso tardé días en aprender a manejar su pantallita –y sólo terminé de conseguirlo cuando entendí que no tenía que manejarla realmente: que alcanzaba con sentarme o pararme y dejar que la inteligencia del inodoro hiciera. Aun así, la pantallita tenía funciones que no pude entender –silver, kids, auto– para cumplir con dos contenidos básicos: limpiar la taza del retrete, limpiarme el ulterior.

Me fui enviciando: sentarse era aventura. Por supuesto, tampoco conseguía entender la diferencia entre la función cleansing y la función bidet, pero no me daba por vencido. Probé, pensé, experimenté: las dos echaban un chorrito preciso –que se podía redireccionar con la función nozzle position y tornar juguetón con la función moving. Pero nada me impresionó más –carcajada cuando la descubrí– que la función dry: un soplo de aire fresco tibio perfectamente dirigido a eso que el maestro Quevedo supo denominar, con elocuencia y modestia y filológica cordura, el ojete.

Desde entonces esperé y temí su irrupción. En Corea, en Japón, el inodoro inteligente lleva dos o tres décadas campeando en tantos baños y, sin embargo, en Occidente no se impone. Cada tanto chequeo; por ahora, el desembarco sigue sin suceder. Me tranquiliza, me sorprende.

No sé qué tradicionalismo de la deyección los mantiene a raya, pero me alivia. Soy de otro pozo, sapo viejo: tanta modernidad me turba –y no puedo dejar de preguntarme, víctima como soy de mis prejuicios, si el noble arte de higienizarse el tal merecerá tanta tecnología, tanto seso. Me contesto, cada vez, tras madura reflexión, que sí, que claro, que todo lo merece, sólo que cuesta acostumbrarse. Y no me convenzo: me quedo pensando en esta forma de la modernidad que consiste en rizar el rizo de lo conocido, persistir en el matiz de lo que no lo necesita –para vender algo más, algo distinto. ¿Hasta qué punto, me pregunto, la máquina que latía bajo mis nalgas esos días fue, digamos, una metáfora de la banalidad de cierta forma de progreso? ¿Hasta qué punto puede ser, me insisto, la síntesis de esos avances que nos dieron una red increíble de comunicación para llenarla de culos pajareros, robots complejos para lavar los platos, televisores 4D para tertulias de tercera? Pienso en no contestarme. Pero me digo que si todos compartieran mi cortedad de miras seguiría escribiendo estas palabras con mi pluma de ganso. Peleador como soy, me pregunto si acaso era peor. Peleador, me contesto que sí. Peleador, me pregunto hasta qué punto vale la pena tanta técnica, tanta imaginación, si no sirve para cagar mejor. Peleador, esbozo dos o tres respuestas y me aburro. Peleador pero cansado, tecleo control+G, guardo estas tonterías, las envío.

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