Cuando Hillary conoció a Lincoln
Si la candidata demócrata vence en las elecciones, podría promover la libertad y la igualdad de oportunidades en la sociedad global del siglo XXI
Un impreciso clima de opinión había anticipado un camino de rosas para Hillary Clinton en la carrera hacia la Casa Blanca, pero sus exiguas victorias en Iowa y Nevada y la derrota en New Hampshire han sembrado la incertidumbre entre sus seguidores que han vuelto a percibir los múltiples obstáculos para que una mujer sea Presidenta en 2016. Tenaz y experta política, Hillary Clinton sigue combatiendo en estas elecciones contra la alternativa izquierdista del Senador Sanders que cautiva a los jóvenes millennials y contra una debilitada lista de candidatos republicanos encabezados por el extraño caso de Mister Trump. Y quizá tenga que competir también con un tercer outsider si el centrista Michael Bloomberg decidiera finalmente entrar en campaña. Pero la ex Secretaria de Estado debiera de que ser consciente de que su candidatura lucha también contra la pesada inercia de la historia de Estados Unidos.
Cuando Harriet Beecher Stowe publicó La cabaña del Tío Tom en 1852 ninguna mujer tenía derecho a votar. Pocos libros de la literatura americana han tenido tanto impacto social como la historia creada por la escritora de Connecticut. Publicada como folletín en la revista National Era, se editó después alcanzando unas ventas de 10.000 ejemplares en una semana y 300.000 en un año y luego se tradujo a cuarenta idiomas. Aún sorprendida por el éxito, la novelista fue recibida en Inglaterra como una celebridad. En palabras del historiador Paul Johnson, “el mundo empezó a darse cuenta de que los norteamericanos podían resultar moralmente sospechosos” al conjugar la estricta moralidad que predicaban con la esclavitud que permitían. Una cruenta guerra civil disipó algunas de aquellas contradicciones e impuso los criterios de la victoriosa Unión, que incluían los derechos de los hombres libres e iguales pero excluían el derecho al voto y a la representación política de la mujer.
Aunque las mujeres han tenido una enorme relevancia en la cultura americana y un notable activismo político en comparación con otros países de su entorno, su papel institucional en Estados Unidos ha sido menor. En 1848 Elizabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott convocaron la convención de Seneca Falls y promovieron una declaración que sirvió como fundamento de la reclamación del sufragio femenino. La propuesta de una enmienda constitucional para extender este derecho a todos los estados de la Unión se formuló en 1878 y Wyoming fue el primero en reconocerlo en 1890. Pero al comenzar el siglo XX, las mujeres sólo podían votar en diez estados. Su contribución en la primera guerra mundial y el salto de Estados Unidos a la categoría de potencia internacional favoreció la aprobación de la Decimonovena Enmienda en el Senado en 1919 donde se recogen los derechos políticos de la mujer. La democracia americana tuvo que esperar casi 90 años para que Nancy Pelosi se convirtiera en la primera Presidenta de la Cámara de Representantes en 2007.
Aunque las mujeres han tenido una enorme relevancia en la cultura americana y un notable activismo político, su papel institucional en Estados Unidos ha sido menor
Cuando Rosa Parks decidió no levantarse de su asiento en el autobús de Montgomery para ceder su sitio a un ciudadano blanco seguramente no era consciente de que estaba alumbrando el progreso de las libertades y el destino del mundo. Su detención en 1955 provocó el boicot de la minoría afroamericana al transporte público de Alabama y el inicio de una larga oleada de reclamaciones contra la discriminación racial que culminó con la marcha sobre Washington, el asesinato de Luther King y con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles en 1964. Sin embargo, para que otra afroamericana, Condoleeza Rice, ejerciera como máxima responsable de las relaciones internacionales de Estados Unidos hubo que esperar 40 años más.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el protagonismo institucional de las mujeres se consolidaba en el mundo. Golda Meir había sido elegida primera ministro de Israel, Margaret Thatcher del Reino Unido, Indira Ghandi de la India y Cory Aquino de Filipinas. Antes de morir asesinada, Benazir Bhutto había dirigido el gobierno de Pakistán. Aún en peores condiciones económicas, la mujer tenía acceso a los mercados laborales y se reconocía su papel fundamental en los procesos de desarrollo. Y aunque en muchas regiones no tenía capacidad de gestión ni de decisión y en las culturas integristas seguía viviendo sometida y amenazada, el reconocimiento de sus derechos había progresado sustancialmente en los países más avanzados. Estados Unidos asumía en este periodo histórico el liderazgo occidental y Madeleine Allbright era nombrada Secretaria de Estado en 1997. A pesar de lo cual, ni una sola candidatura femenina pudo abrirse camino en las campañas presidenciales.
“Así que usted es la mujercita que escribió el libro que dio comienzo a esta gran guerra”, le dijo el Presidente Lincoln a Harriet Beecher Stowe al recibirla en la Casa Blanca poco antes de promulgarse la Ley de Emancipación en 1863. Paul Johnson no recoge en su Historia de Estados Unidos la respuesta que dio la novelista en aquel momento. Si Hillary Clinton fuera capaz de jurar la Constitución frente al Capitolio el próximo mes de enero, podría contestar sobre algunas contradicciones que la historia americana no ha sabido explicar y responder a Lincoln de igual a igual. Y podría iniciar también un nuevo capítulo desde la Presidencia para promover la libertad individual y la igualdad de oportunidades en la sociedad global del siglo XXI.
José María Peredo Pombo es Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid
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