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'IN MEMORIAM'

Julián de Zulueta, un científico comprometido

Fue llamado El Señor de los Mosquitos por su lucha conta la malaria, a la que combatió en tres continentes

Julián de Zulueta, en 1999.
Julián de Zulueta, en 1999.EL PAÍS

A Julián de Zulueta —nacido en Madrid el 30 de noviembre de 1918 y fallecido en Ronda el pasado 8 de diciembre— le llamaron Tuan Nyamok (El Señor de los Mosquitos) los dayak de Borneo cuando vivió entre ellos en 1953 como epidemiólogo de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Comenzaba entonces una larga carrera dedicada al estudio de la malaria y a la lucha por su erradicación, lo que lo indujo a inoculársela a sí mismo, para conocer mejor sus efectos y la manera de combatirlos, y lo llevó hasta 1990, tras una estancia inicial en Colombia y dos años en Malasia, por tres continentes: primero a Irán (1956-1957), Uganda (1959-1961) y México (1962), y desde 1964, año en que fue nombrado responsable del proyecto de erradicación de la malaria en Oriente Medio (con sede en Beirut), a Siria, Irán, Irak, Afganistán, Jordania y Turquía, países donde pasó largas temporadas de trabajo de campo. Zulueta se jubiló en 1977, pero siguió asesorando a la OMS y todavía viajó en diversas ocasiones a Turquía, Irán y Pakistán para ocuparse de los refugiados afganos.

En la mayoría de estas expediciones le acompañaba su mujer, Gillian, una extraordinaria angloitaliana a la que había conocido en la Universidad de Cambridge, donde Julián estudió su posgrado en Trinity Hall y donde se casaron en 1946. Junto a ellos viajaban también sus hijas, Felicity, Tana y Paquita, hoy reconocidas profesionales, que crecieron y se formaron en los lugares más remotos y en las condiciones más peculiares, gracias a la inteligencia y los cuidados de Gillian.

Una vez jubilado, Zulueta se afincó en la ciudad de Ronda, de la que fue alcalde por el Partido Socialista entre 1983 y 1987. A partir de entonces, una parte considerable de su actividad se orientó a la defensa y protección del medio. Fue presidente del parque natural de la rondeña sierra de las Nieves, en el que desarrolló una importante tarea, especialmente en la protección de los bosques de pinsapos. En los veranos, la familia se instalaba en su casa de Somiedo. Allí tienen una cabaña de teito en los prados altos de la braña, donde a Julián le gustaba pernoctar y donde alguna vez se encontró con el oso pardo, a cuya conservación dedicó muchos afanes como miembro del patronato del parque natural de esa comarca asturiana. Toda esta labor fue reconocida en 2010 por el Gobierno con el Premio Nacional Extraordinario de Medio Ambiente.

En estas empresas (reunidas en un libro fascinante, publicado por la Residencia de Estudiantes en 2011) se mantuvo fiel a la tradición en la que se había formado. Hijo de un discípulo de Giner de los Ríos, Luis de Zulueta y Escolano, y de Amparo Cebrián —una destacada pedagoga, becaria de la Junta para Ampliación de Estudios en Francia y los Países Bajos y profesora del Instituto-Escuela y las colonias de vacaciones de la Institución Libre de Enseñanza (ILE)—, Julián fue alumno de la ILE entre 1923 y 1927, y del Instituto-Escuela desde el año siguiente hasta 1934, aunque en 1933 estudió en Berlín, donde su padre era embajador de la República. Conoció y trató desde muy niño al principal discípulo y sucesor de Giner, Manuel B. Cossío. También tuvo una estrecha relación con otros discípulos de Giner, como Julián Besteiro (casado con una hermana de su madre), con quien convivió asiduamente en su infancia y juventud. Julián recordaba con especial cariño “el buen oído y el buen gusto” de Fernando de los Ríos cantando flamenco durante sus paseos nocturnos por Bogotá, donde los Zulueta se exiliaron. Y con José Castillejo, uno de los últimos discípulos de Giner, compartió un espacio radiofónico en la BBC dedicado a los españoles del exilio.

Esa tradición institucionista es la que se afanó por preservar y transmitir desde que fuera elegido patrono de la Fundación Francisco Giner de los Ríos en 1984 y presidente en 1990. Años después solicitó mi colaboración en esa labor, que supuso para él la culminación de una vida plena. Su carácter indomable y su independencia de juicio, que podían tentarle a desdeñar —como su admirado Besteiro— la corrección política, se templaban por unas excelentes dotes diplomáticas, acompañadas de una obstinación a la que, sin embargo, podía renunciar cuando era conveniente.

La hermosa construcción del remodelado edificio de la ILE en Martínez Campos, 14 (Madrid), que él se empeñó en encargar a unos jóvenes arquitectos, es el mejor ejemplo del principal regalo que nos han hecho Zulueta y sus compañeros de la Institución: la continuidad de una tradición modernizadora que debemos proyectar hacia el futuro.

José García-Velasco es secretario de la Institución Libre de Enseñanza.

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