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MIRADOR
Columna
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Sana costumbre

La desmesura entre lo prometido y lo complicado nos invita a reflexionar sobre el papel de nuestros líderes políticos cuando son presidente o son oposición

David Trueba

En campaña electoral siempre se pregunta a los candidatos por lo que harán cuando lleguen al poder. Pero la verdad aritmética haría más interesante preguntarles por lo que harán cuando sean oposición. Porque, como en todo concurso, las elecciones dejarán más perdedores que ganadores. Y los perdedores cobran una importancia capital con la actitud que toman. Esto puede parecer una abstracción, pero si lo aplicamos a la realidad de España tendríamos que reconocer que no estaríamos donde estamos si la oposición se hubiera practicado de manera más afinada. Las políticas solventadas por decreto han propiciado siempre un desencuentro radical, y no son pocos los partidos de la oposición que ganan votos sencillamente prometiendo que derogarán lo recién aprobado cuando lleguen al poder. Es una mala actividad del país, que nos condena a la petrificación, pero que nace de la falta de entendimiento entre Gobierno y oposición.

A Rajoy, por ejemplo, le vendría bien cuestionarse tantas cosas que afirmaba cuando ocupaba el sillón de líder de la oposición. Sabemos que capitanear la recogida de firmas contra el Estatuto de Cataluña, las presiones al Constitucional y el boicot al cava contribuyeron a convertir un problema de nada fácil solución en un laberinto enconado. Sería bueno, pues, preguntarle si en caso de regresar a la oposición retornaría a culpar de todo mal a los demás o aprendería a ver las vigas en el ojo propio. También el final de ETA fue una ocasión para haber protagonizado una oposición constructiva, pero el olor a voto fácil cegaba su discurso incendiado. Y la crisis económica resultó una oportunidad de oro para arañar votos, pero tras cuatro años de mayor endeudamiento, mayor presión fiscal y una mejoría de los datos del paro basada en que muchos que se han borrado hasta de la esperanza de encontrar trabajo, es fácil concluir que la política trata más de generar estados de ánimo que sentido común.

Dos nuevos casos de comisionistas entre representantes destacados del partido obliga a reescribir sus cantos a la limpieza. La desmesura entre lo prometido y lo complicado nos invita a reflexionar sobre el papel de nuestros líderes políticos cuando son presidente o son oposición. Hoy todos aspiran, como toca, a ganar. Pero ya sabemos a estas alturas que ninguno ganará del todo. Quizá sea una suerte. La educación, la cultura, la investigación, el empleo, las renovables, la sanidad y la dependencia han padecido una legislatura nefasta por culpa de un poder absoluto que no necesitó ni escuchar, ni razonar, ni pactar. Cuando era oposición no adquirió esa sana costumbre.

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