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MIRADOR
Columna
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Una cita

"Las cosas más importantes que he aprendido en la vida provienen de las novelas", ha confesado hace poco el presidente Obama

David Trueba

En dos entregas desacostumbradas, la New York Review of Books ha reproducido fragmentos de la conversación del presidente Obama con la escritora Marilynne Robinson. No vamos a caer en la bajeza de comparar el diálogo fluido entre el presidente de la nación y una intelectual destacada con el escenario español, donde al presidente no se le conoce afición cultural, visita a museo ni teatro ni sala de conciertos y donde sus estímulos intelectuales provienen de los arreones de la prensa deportiva con su canción de éxito: yo soy español, español, español. No, no vamos a caer tan bajo. Pero sí conviene detenerse sobre unas palabras de Obama que quizá sirvan de estímulo a un país donde cada día se cierra una librería y se abre un gimnasio.

La cita es larga, pero es pertinente ofrecerla entrecomillada: “Cuando reflexiono sobre mi papel de ciudadano, más allá del hecho de ser presidente, y sobre los conocimientos que puedo traer a esa posición de ciudadano, me doy cuenta de que las cosas más importantes que he aprendido en la vida provienen de las novelas. Tiene que ver con la empatía. Tiene que ver con la noción de que el mundo es complicado y está lleno de grises, pero que aún hay verdades que han de ser halladas, y que tenemos que esforzarnos en buscar. Y tiene que ver con la noción de que es posible conectar con algo o con alguien, por muy diferente que sea de nosotros”.

Nadie duda a estas alturas que Obama es un presidente de ficción. Novelería es otra de esas expresiones que en el español certifican un desprestigio de todo lo inventado. Se une a la categoría de inmoralidad asociada a vivir del cuento, contar películas o hacer teatro, todas ellas formas expresivas que denotan valores negativos. Pues Obama es fruto de esa deformación y los españoles sabemos protegernos, porque somos expertos en detectar el buenismo y machacarlo en favor del malismo, la inquina y la maledicencia, que son rasgos de inteligencia entre nosotros. Pero nos olvidamos de que la representación del poder y el relato público necesitan de la potencia del ilusionismo y es ahí donde nuestra desconfianza y nuestra falta de cariño por la literatura y la creación nos condenan a gobernantes zafios, corruptos y crueles. ¿Queríais realidad y pragmatismo?, pues tomad dos cucharadas cada hora. La reivindicación de la ficción como un territorio en el que completar la sensibilidad y la mirada desprejuiciada, donde desbaratar el nacionalismo patriotero y la incapacidad física de sentir empatía por el distinto, suena hoy a transgresión, casi a disidencia.

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